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¿Cómo debemos vernos, cómo debemos contarnos?

Por 29 de septiembre de 2006 Sin comentarios

Marcelo Figueras

Lo que dio pie al argumento que voy a presentar fue un hecho pueril, y de algún modo personal (se me ocurrió mientras leía una de las críticas a la película Rosario Tijeras, que acaba de estrenarse en la Argentina), pero creo que se trata de una cuestión que debería interesarnos a todos –por lo menos a todos los que sentimos que es importante poder contar nuestras historias, las historias de la Hispanoamérica de hoy.

Ya había percibido en varias oportunidades que los comités de selección de los festivales de cine internacionales (esto es, los que no son hispanoamericanos) tienden a elegir, entre las películas que hacemos, aquellas que hablan de nuestras realidades de una cierta manera, y nunca de otra: les gustan las películas que nos pintan como marginales pintorescos, las películas que narran con una desprolijidad que asumen propia de nuestra pobreza de medios (aun cuando la desprolijidad pueda disimular pobreza narrativa, o resultar en ella), o sea que prefieren, por ende, todas las películas hispanoamericanas que no podrían representar nunca una amenaza comercial para su propio cine. La crítica a Rosario de la que hablo (que ni siquiera era mala, lo aclaro) me sugirió la existencia de algo peor: una cosa es que el establishment del gran cine americano o europeo opere para que permanezcamos dentro de un nicho narrativo que no le moleste, y otra muy distinta sería que la prensa, que debería defender nuestros intereses ya no como artistas sino como público, le haga el juego a la industria internacional del cine. Lo de los festivales es malo porque nos fuerza a tomar un camino único, nos limita, pero que el periodismo les haga el juego y le cuente al público que existe algo parecido a un deber ser, una sola forma en la que se nos permite hablar sobre nosotros mismos, eso sí sería grave.

Empecé a preguntarme si no ocurriría algo parecido en la literatura. En términos generales (lo cual significa que este es un tema complicado, y que aun no lo he pensado a fondo) diría que sí. Más aun, dado que en este caso está claro que no es el mercado externo lo que nos compele o limita, creo que aquí se ve con mayor claridad que lo que compele y limita son las voces del establishment cultural –expresadas en buena medida por el periodismo y por lo que podríamos denominar “la Academia”. Intuyo que aquí también existe un deber ser: debemos escribir de determinada manera y no de otra, y aun cuando nos decidimos a tocar ciertos temas o a abordar momentos históricos precisos debemos hacerlo de acuerdo al mismo método, de mirada oblicua, deprovista de toda acción y asfixiante en su retórica. Imagino que periodistas y académicos tendrán sus razones, que expondrían con florida verba, pero todo lo que consiguen es frustrarme. Me pasa que no puedo enfrentarme a las novelas que se editan y a las películas que se estrenan como un artista, yo reacciono ante todo como público, quiero que esta nueva novela mexicana, argentina o española sea lo mejor que he leído en años, quiero que esta película colombiana o brasileña me parta la cabeza, y al encontrarme que la mayor parte de la producción pasa por esta criba a medias industrial y a medias periodística, resulto casi siempre frustrado. Yo busco a un Shakespeare hispanoamericano, y no sé si no lo encuentro porque no existe o porque no lo editan ni le financian sus películas. ¡Yo espero al Fellini hispanoamericano y nunca llega!

Lo que siento es que nos dicen que llegamos tarde a la Historia, y que no nos queda más remedio que meternos dentro del huequito que queda y alimentarnos con las sobras. ¿Qué demonios me importa a mí que Tolstoi ya exista? ¡Yo quiero que algún latino escriba nuestra Guerra y paz!  A veces me parece que nos están diciendo que las grandes naciones de hoy han reservado el copyright de la épica, del romance, de la fantasía, y que en la repartija nos ha tocado apenas la representación naturalista de la miseria y, en el mejor de los casos, el esperpento. ¿Por qué debo conformarme a su criterio? ¿Por qué debería hacer caso a los sicofantes que repiten en nuestros países los argumentos de los que nos quieren ver siempre pequeños y sojuzgados? ¿Es que acaso no existe en nuestras culturas inspiración suficiente para mil Macbeths, para cien mil Citizens Kane, para un millón de Guerras y paces? Si Shakespeare viviese hoy y leyese los diarios, no tengan duda alguna que escribiría historias inspiradas en Latinoamérica y el Medio Oriente. Las naciones más poderosas han perdido el derecho a escribir la épica: ¡la épica de hoy debería ser nuestra! (Y no sólo en el arte, que conste).

Detesto que me enseñen una camisa de fuerza y que me digan que es la última prenda que quedó en el almacén. Detesté en su momento que algunos periodistas desdeñaran Ciudad de Dios porque les parecía demasiado bien hecha, demasiado bien contada. A veces imagino que si quisiese filmar una saga familiar inscripta en el mundo del hampa me colgarían: Coppola puede hacerlo porque es estadounidense y por ende partícipe de los derechos del copyright, pero yo no puedo filmar un Padrino porque soy de aquí, de Latinoamerica, y aquí las sagas que para colmo resultan atractivas para el gran público nos están prohibidas, nuestro deber ser indica que no debemos apartarnos de los márgenes en los que nacimos. Lo que rechazo es que me impongan cómo debemos vernos, cómo debemos contarnos. Me resisto a asumir el tono menor que tratan de echarnos encima como un destino. Siento que están tratando de manipularme, como artista pero ante todo como público. Y a mí, qué quieren que les diga, no me gusta un carajo que me digan lo que debo hacer.

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Marcelo Figueras

Marcelo Figueras (Buenos Aires, 1962) ha publicado cinco novelas: El muchacho peronista, El espía del tiempo, Kamchatka, La batalla del calentamiento y Aquarium. Sus libros están siendo traducidos al inglés, alemán, francés, italiano, holandés, polaco y ruso.   Es también autor de un libro infantil, Gus Weller rompe el molde, y de una colección de textos de los primeros tiempos de este blog: El año que vivimos en peligro.   Escribió con Marcelo Piñeyro el guión de Plata quemada, premio Goya a la mejor película de habla hispana, considerada por Los Angeles Times como una de las diez mejores películas de 2000. Suyo es también el guión de Kamchatka (elegida por Argentina para el Oscar y una de las favoritas del público durante el Festival de Berlín); de Peligrosa obsesión, una de las más taquilleras de 2004 en Argentina; de Rosario Tijeras, basada en la novela de Jorge Franco (la película colombiana más vista de la historia, candidata al Goya a la mejor película de habla hispana) y de Las Viudas de los Jueves, basada en la premiada novela de Claudia Piñeiro, nuevamente en colaboración con Marcelo Piñeyro.   Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País.   Actualmente prepara una novela por entregas para internet: El rey de los espinos.  Trabajó en el diario Clarín y en revistas como El Periodista y Humor, y el mensuario Caín, del que fue director. También ha escrito para la revista española Planeta Humano y colaborado con el diario El País. Actualmente prepara su primer filme como director, una historia llamada Superhéroe.

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