Marcelo Figueras
Disfruto como cualquier hijo de vecino ante la contemplación de la belleza femenina (o quizás más, con la excusa de que mi trabajo me conmina a la delectación estética), pero lo que me seduce es lo que va más allá de las superficies. Soy de los que comulgan con aquello que alguien dijo a propósito de la Garbo: más que las mujeres que resultan bellas por fuera, me gustan aquellas que se revelan bellas por obra de la porfía de su espíritu.
Ayer mismo me asombraba por la ubicuidad de Helen Mirren, de quien hablé maravillas hace poco. Ahora el mundo entero parece haber descubierto su enorme talento: días atrás obtuvo el Emmy por la miniserie Elizabeth I (estaba bellísima, ¡cómo envidio a su marido Taylor Hackford!), y ahora asombra al público del festival de Venecia con su interpretación de la otra Elizabeth, la actual reina británica, en la película de Stephen Frears The Queen. Enric González, que cubre el festival de cine para el diario El País, dijo ayer mismo con la clase de fervor de la que hablo: “Si el universo tiene algún sentido, Helen Mirren recogerá el sábado el premio a la mejor actriz”.
También ayer, haciendo zapping, me quedé enganchado con una película porque vi que la protagonizaba Romain Duris (el actor joven de El latido de mi corazón, con quien me gustaría trabajar alguna vez; dicho sea de paso, ¡qué buen Corto Maltés sería este Romain!) y salté de gozo al descubrir que su coprotagonista era Eva Green. ¿La ubican? Eva es la chica de The Dreamers, la última película de Bertolucci; es además el interés romántico del insulso Orlando Bloom en Crusade, la peli medieval de Ridley Scott. Para ella vale la misma descripción: podría decirse que es tan sólo bonita, pero la mirada de esos ojos insondables y el talento con que proyecta su espíritu la vuelven bella, o mejor: irresistible. Cuánto más disfruté, todavía, cuando descubrí que la película que estaba viendo (Arsene Lupin, una adaptación moderna del viejo folletín que al menos aquí no se vio nunca en cines) tenía como villana a Kristin Scott Thomas. Me enamoré de esa mujer viendo El paciente inglés, tan completa y desesperadamente como el protagonista de la película. Y eso que Kristin es flaquita, ojuda y dueña de una nariz tan idiosincrática como la Venexiana Stevenson dibujada por Hugo Pratt.
Cada una de ellas –Eva, Kristin, Helen- son bellas a su manera, contrariando la dictadura de los cánones actuales. Porque se sienten cómodas en la piel que les ha tocado, negándose a la uniformidad que se deriva del bisturí y del colágeno. Y porque se han dedicado a ser, antes que a parecer. A diferencia de aquellas actrices que trabajan de bellas, estas trascienden las dos dimensiones de la pantalla cada vez que irrumpen. Yo trabajo en el cine y en consecuencia padezco los vicios del profesional, pero al verlas olvido que estoy lidiando con un personaje y al menos por un rato me convenzo, ¡víctima de su talento!, que estoy teniendo el privilegio de conocer a una mujer.