
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
El calibre de la votación en el Parlamento catalán el pasado 23 de enero de la declaración de soberanía ha venido ocupando a la opinión política y pública toda la semana. Es lógico. Puede parecer una discusión bizantina pero no lo es. Ya se sabe que el calibre de un proyectil también nos ofrece la medida de los efectos que pueda producir. Ahí van algunas reflexiones sobre la fuerza del apoyo parlamentario obtenido en el primer peldaño del recorrido que han establecido CiU y ERC para llegar a la consulta sobre el futuro de Cataluña y su eventual independencia a ser posible en 2014.
1.- No es una mayoría excepcional. Dos de los cuatro grupos de la cámara han quedado fuera. La anterior declaración del 27 de septiembre, del mismo tenor, fue aprobada con un voto menos. Ni siquiera llega a los dos tercios exigidos para reforma del Estatut, el listón de votos soberanistas que se pretendía alcanzar y se auguró durante la campaña electoral. Hay ventajas que tienen inconvenientes: tiene enfrente a los dos partidos que vienen turnándose en el Gobierno central, con la cara positiva para el soberanismo de echar en brazos del españolismo al PSC y la negativa de que no hay aliado posible en Madrid, como lo fue el socialismo en la transición.
En anteriores ocasiones, hasta siete, CiU y ERC votaron declaraciones del mismo tenor a las que se sumó el PSC con análogos o mejores resultados.
2.- No es ni mucho menos indestructible. La única formación que se identifica sólidamente con el camino emprendido en su totalidad es ERC, mientras que tanto en CiU como en Iniciativa per Catalunya-Verds hay bifurcación de posiciones respecto a las distintas etapas entre federalistas, confederalistas e independentistas. Una de las formaciones contabilizadas en la aritmética independentista, la CUP; solo dio un voto a favor y quiso marcar su posición crítica, por más radical, con dos abstenciones.
3.- Pero que nadie se engañe. Y sobre todo, que no se tergiverse en resultado. Si se trata de despreocuparse o de no preocuparse, pues muy bien, minimicemos la mayoría obtenida y actuemos como si no hubiera pasado nada. Allá cada uno. En todo caso, es una mayoría suficiente y más que suficiente.
¿Suficiente para qué? Esta es la clave.
Es suficiente para que el plan siga adelante como si nada hubiera sucedido, aunque mucho sea lo que ha sucedido. A la vista de los resultados, desde las zonas más radicales del soberanismo, salieron enseguida arrogantes valoraciones que le daban más fuerza al proceso gracias precisamente a la acotación del poder parlamentario de CiU y en consecuencia de Artur Mas. Pertenecían a quienes estaban convencidos de que un presidente plebiscitado y con las manos libres terminaría pactando y lo haría quizás rápidamente.
Ahora, en cambio, piensan que con un presidente rehén de Oriol Junqueras, no habrá forma de pactar y se llegará así hasta la estación término donde se producirá el famoso y tan esperado choque de trenes. Está muy claro entonces dónde radica el problema de la suficiencia. No lo es para el plan inicial de Artur Mas, que requería la supermayoría presidencial, pero sí lo es para proseguir con el plan dispuesto por Junqueras a la vista de los resultados electorales.
La nueva hoja de ruta tiene la ventaja de que no importa cuál sea el resultado del proceso, porque será en cualquiera de los casos una máquina cosechadora de votos para ERC.
Artur Mas ha dejado de controlar personalmente el proceso y no tiene en la mano el famoso timón que quiso convertir en emblema de su conducción. Cada vez que se deba tomar una decisión, no será el líder quien calcule los riesgos ni quien piense en la eventualidad del sacrificio personal. Junqueras lo hará por él, quedándose con la decisión y dejándole con el sacrificio.
Eso es el liderazgo compartido que ha querido leer Artur Mas como mandato de los electores, del pueblo catalán. Esta es la clave de la mayoría, más que suficiente y gozosa para Junqueras, justita y triste para Mas.