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Una guerra de retraso

Por 17 de enero de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

La guerra de Malí es hija de la guerra de Libia. Lo son buena parte de los combatientes, veteranos de la confrontación bélica que terminó con el régimen del coronel Gadafi en apenas seis meses, desde marzo hasta agosto de 2011. Lo son también las armas, restos de los muy bien surtidos arsenales libios. Pero lo es también desde el punto de vista estratégico. Francia se ha visto obligada a dar en Malí el paso que nadie quería dar en Libia y del que todas las potencias huyen desde la guerra de Irak: poner pie en tierra.

La intervención internacional que dirigió la OTAN en Libia pudo hacer tres cosas: atender estrictamente al mandato de Naciones Unidas, echar una mano a los rebeldes para derrocar a Gadafi y completar la tarea asegurando el desarme de los mercenarios contratados por el coronel. El mandato del Consejo de Seguridad incluía abiertamente la primera, consentía con algo de manga ancha la segunda y quedaba demasiado lejos de la tercera, puesto que mal se podía desarmar a los leales a Gadafi desde los buques fondeados en el Mediterráneo o desde los aviones que sobrevolaban el territorio libio sin poner pie a tierra.

Si solo se hubiera atendido a la literalidad de la resolución, Gadafi y su régimen habrían podido sobrevivir, aunque es probable que Libia hubiera quedado dividida, puesto que los rebeldes no contaban con recursos para terminar con el régimen por sí solos. De ahí que el consenso pasivo inicial en el Consejo de Seguridad, en el que dos países con derecho a veto como Rusia y China se abstuvieron, se rompiera rápidamente por la evolución de una misión de protección de la población hacia otra de cambio de régimen.
Quedaba un último escenario, virtual o teórico y de nula probabilidad: la neutralización y desarme de los combatientes gadafistas, que hubiera completado la tarea bélica, aunque con el grave precedente de complicarse la vida en la reconstrucción de Libia, algo que no contaba con mandato de nadie y que hubiera obligado a la siempre temida intervención terrestre.

Lo que no se hizo en Libia en 2011 será obligatorio en Malí a partir de 2013. Si Sarkozy fue quien interrumpió la marcha de los ejércitos de Gadafi sobre Bengazi con su ataque aéreo, su sucesor Hollande ha sido quien ha interrumpido la marcha de las columnas de combatientes islamistas sobre Bamako, de nuevo desde el aire y luego pie a tierra. En ambos casos, a última hora, al borde de la catástrofe y con el riesgo de la soledad.

Las noticias no podían ser peores. Lo eran desde hacía meses sin que nadie consiguiera correr tanto como los dos o tres centenares de pick-ups con que cuentan los dos o tres millares de insurgentes. Desde hace casi un año Malí se ha convertido en un Estado fallido, con un ejército golpista que ha sido desalojado del norte por las guerrillas islamistas y secesionistas.
La mitad septentrional se halla bajo el terror de un rigorismo islámico que ha impuesto la sharía más estricta, está destruyendo el patrimonio artístico y religioso, liquidando cualquier forma de vida en sociedad y cometiendo crímenes de lesa humanidad. Según la agencia de NN UU para los refugiados, su cifra ya alcanza los 145.000, además de unos 200.000 desplazados del norte que han buscado acogida en otras zonas.

Los insurgentes proclamaron en mayo el Estado islámico de Azawad y en la euforia siguieron avanzando hacia el sur. Las autoridades malienses, incapaces de contenerles, requirieron ya en septiembre la intervención del Consejo de Seguridad de NN UU para proporcionar asistencia militar y restaurar la integridad territorial del país. No llegó hasta diciembre la autorización para el uso de la fuerza, que esta vez contó con el apoyo ruso y chino, con toda su lógica: no estaba en juego la protección de la población, sino la integridad territorial y la soberanía de Malí; a nadie interesa un nuevo foco de inestabilidad en el corazón de Africa; no es un antecedente que cuestione las soberanías nacionales celosamente defendidas por los emergentes, sino que más bien las refuerza.

NN UU ha aprobado tres resoluciones y dos declaraciones sobre Mali en toda esta crisis. Estados Unidos se mantiene en segundo plano, "dirigiendo desde atrás", todavía más que en Libia. La UE y la OTAN están desaparecidas. Los 3.300 soldados de la misión de la CEDEAO (Comunidad Económica de los Estados de Africa Occidental) se preparaban para estar listos? en septiembre. Bamako sería hoy la capital de un Estado islámico sin la intervención francesa de urgencia, que empezó a bombardear el jueves pasado y tiene ya soldados en tierra preparados para avanzar hacia el norte.
El presidente francés, con poderes ejecutivos de comandante en jefe como el de los Estados Unidos, no ha querido ni ha podido inhibirse como los otros gobiernos europeos. No lo hizo el anterior en Libia y no lo ha hecho el actual en Malí, donde se desvanecen las fantasías de las victorias bélicas desde el aire. Aun con una guerra de retraso, Francia asume la tarea de Europa.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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