
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Parece que el caimán se va. Parece que no aguanta más. Parece que los jueces van a mandar al fin mucho más que la amenaza afilada de sus dientes y de su cola. Parece que la ley debe ser finalmente igual para todos y no admite esa excepción que el malbicho viene reclamando indignado para sí desde siempre. Yo no me lo creo. Si el caimán se va es porque le conviene. Se irá, si es que se va, para que no le metan en la jaula, donde moriría corroído por el rencor y la lujuria. Si se va, además, será porque su país, como todo sabíamos, vale mucho más que él y no digamos sus paisanos, uno a uno, velinas y scorts incluidas. El peor de todos, el más sucio, el más corrupto, el más ladrón, se había hecho con el cetro y con el trono. No es la primera vez que sucede en la historia. Ni la última.
Lo peor del caimán, se vaya o siga haciendo de las suyas en el lodazal, es cómo cunde el ejemplo. Sin ir muy lejos, aquí, entre nosotros, donde el lavado por el voto, el derecho a la ocultación y al silencio, o alternativamente la exhibición de la impunidad si se tercia, pueden más que las pruebas, las confesiones e incluso las condenas. Son muchos (partidos políticos sobre todo, pero no sólo: también la dichosa e incivil ?sociedad civil?) los afectados por este berlusconeo indecente, al que acompaña el presagio de reconocimientos y victorias electorales para quien más y mejor ha robado. Tan grave es la inversión moral sucedida, que constituye por si sola una incitación al robo y al delito: cuanto más roben los partidos y cuanto más se salten las leyes más fáciles serán las victorias electorales, por más que dejen algunos pelos de sus bigotes en esta gatera.
Quizás se irá el caimán, y si se va respiraremos de alivio y respirarán sobre todo los italianos. Pero su época caimanesca queda, es toda suya.