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Perdida la sintonía fina

Por 8 de noviembre de 2010 Sin comentarios

Lluís Bassets

Saber quien consigue musitar sus consejos al oído del Pontífice Romano es muy difícil. Pero es evidente que Benedicto XVI ha escuchado con atención las recomendaciones llegadas desde Barcelona sobre las lenguas y las culturas de este país diverso, de forma que luego se han traducido en las palabras y en la liturgia, fuertemente impregnada de la mejor cultura musical catalana, en la ceremonia de consagración ayer de la Sagrada Familia como Basílica. Pero no han sido los únicos argumentos escuchados por el Papa en los días previos a su viaje a Galicia y Cataluña. También ha escuchado y ha asimilado argumentos menos sutiles y civilizados, como los que se pueden leer con frecuencia en los medios de comunicación de extrema derecha, mayoritariamente afincados en Madrid. De ahí esta frase como un bombazo, lanzada en el avión de Roma a Santiago, en la que ha comparado la creciente secularización actual con el ?laicismo agresivo? que hubo en España en la década de 1930.

El portavoz del Vaticano, el jesuita Federico Lombardi, ha intentado quitar hierro a estas palabras, hasta convertir la cuestión en un problema de interpretación. Otros, en una peligrosa banalización de la historia, las han querido analizar como un mero y merecido castigo táctico al Gobierno socialista español. No hay que entrar a discutir estos argumentos, que la más sensata evidencia desmienten: el trato económico y fiscal que recibe la Iglesia en España, sin comparación en ningún otro país en el mundo; su extensa red de docencia subvencionada, fruto de una situación histórica excepcional; la presencia de numerosos ministros católicos practicantes en el gobierno; el trato especial, privilegiado e incluso vulnerador de la no confesionalidad del Estado que se expresa en multitud de aspectos simbólicos de la vida pública española; el despliegue de seguridad, medios y autoridades y las numerosísimas deferencias oficiales en estos dos días de visita pontifica. ¿Todo esto es propio de un país con un síndrome de laicismo agresivo propio de los años 30, aquella década turbulenta que terminó en un baño de sangre, sufrido también por millares de religiosos católicos?
Todo el mundo reconoce a Joseph Ratzinger su envergadura intelectual y universitaria. Más discutible es su comportamiento como guardián del dogma, aunque no es de cuestiones de este tipo de las que quiero escribir ahora. Y hay de nuevo un mayor consenso, poco exhibido por sus partidarios, sobre su escasa mano izquierda como político y diplomático. Es evidente incluso que en algunas ocasiones, como le sucedió en el discurso de Ratisbona, no ha sabido calibrar muy bien su papel como cátedro propenso a la especulación con su papel como Jefe de Estado del Vaticano y cabeza de la Iglesia Romana. Nadie debería ofenderse aquí por su comparación de la España actual con la España de los años 30, al menos como se ofendieron los musulmanes con sus frases que identifican el Islam con la violencia. Es tan evidente la inexactitud y tan injusta la comparación, que sólo puede anotarse en el capítulo de las maldades de sus consejeros españoles –que el oído del Pontífice no ha sabido distinguir–, útiles para los movimientos tácticos de la Conferencia Episcopal en sus relaciones siempre complejas con el Gobierno.
Según la revista Forbes, Ratzinger es el quinto hombre más poderoso del mundo. Nadie va a discutir a estas alturas la importancia de su viaje a España y, sobre todo, a Barcelona, donde la jornada de ayer propulsará el atractivo ya universal que tienen Antoni Gaudí y la Sagrada Familia. Este viaje lo tenía todo para terminar de forma redonda y perfecta. Pero falló la sintonía fina. Funcionó por una vez con el catolicismo catalán, mucho más que con el anterior Papa. A su llegada a Santiago, aseguró que España ?en los últimos decenios, camina en concordia y unidad, en libertad y paz, mirando al futuro con esperanza y responsabilidad?, palabras en directa contradicción con las que había pronunciado en el avión. Si es notable la 'finezza' del escribano de sus discursos, también es bien claro el tosco objetivo político de quien le sopló la comparación infame.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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