Lluís Bassets
Cuando todo empezó había una duda: ¿conducirán la libertad de mercado y la economía capitalista a la democracia y los derechos humanos? Cuando se comprobó el soberbio trecho recorrido por China sin atender a ninguna de ambas cosas, la pregunta empezó a concretarse: ¿terminará apareciendo un nuevo modelo de capitalismo, ajeno a los valores políticos heredados de la Ilustración? Ahora, cuando nadie hace estas preguntas, porque la realidad ya ha dado su respuesta, aparece una nueva advertencia: cuidado con quedarnos embobados ante este nuevo paradigma que tan bien se acomoda a los países emergentes, véase el caso de Rusia, no fuera caso que los propios hijos de la Ilustración, europeos y americanos, cayéramos seducidos por la riqueza sin libertad que nos prometen los mandarines chinos.
La advertencia sobre "la peligrosa fascinación por el mandarinato chino" es de Felipe González, y el momento no puede ser más oportuno. Para salir de la crisis habrá que seguir tomando decisiones dolorosas y difíciles, y cuando salgamos de ella probablemente también habrá que seguir tomando todavía más decisiones dolorosas y difíciles; unas para recortar el déficit público e intentar salvar la almendra del Estado de bienestar, otras para reformar el modelo productivo y acomodarlo a las necesidades del mundo nuevo que emergerá de la destrucción económica. Realizar estas reformas se convierte en todos los países de nuestro entorno en un auténtico calvario. Nada es más difícil en un momento de cambios incluso geopolíticos que gobernar en democracia, a veces con gabinetes de coalición, en otras ocasiones con mayorías muy débiles o Parlamentos hostiles, y casi siempre con dificultades dentro de la propia mayoría. Obama y Sarkozy, Merkel y Zapatero saben mucho de estas situaciones.
Wen Jiabao, el primer ministro chino, en cambio, lo tiene mucho más fácil. Si hay que tocar los tipos de interés, no tiene que preocuparse en influir sobre los consejeros de su banco central, le basta con dar la orden. Si quiere construir centrales eléctricas o nucleares, desviar ríos o recortar alguno de los pocos derechos sociales de su población, tampoco tiene que atender a muchos trámites ni dar muchas explicaciones, al menos en público. Bastará con que sepa negociar en las reuniones a puerta cerrada de su partido, el único partido. Cuestiones que aquí levantan enormes polvaredas, como elegir el emplazamiento de un depósito nuclear o el trazado de una vía de tren o de una autovía, allí se resuelven con un chasquido de los dedos.
En esta semana que empieza podremos observar de cerca cómo actúa este peligro. Wen está de gira por Europa: Grecia, Bélgica, Italia y Turquía. Pasea con la chequera a punto. Compra deuda pública de los países en dificultades y anuncia inversiones estratégicas. La fascinación que ya ha producido en Atenas ha sido máxima, por la necesidad acuciante de lo primero y por los intereses portuarios y navieros en lo segundo. En Bruselas, a diferencia de Obama bajo presidencia española, el número dos chino se someterá a gusto, bajo la presidencia de un Gobierno belga en funciones, a la disciplina europea de sus tediosas y rutinarias cumbres: primero la octava y bienal de la Cumbre Asia-Europa, con 16 países de un lado y 27 del otro, y luego la anual China-Unión Europea.
China está empezando a capitalizar políticamente, todavía con discreción, su papel en la recuperación económica. Si hay un paquete de estímulo a la economía que haya funcionado es el chino. Pekín sigue comprando bonos. Y el tirón alemán tiene que ver con sus importaciones. En la anterior etapa, la del crecimiento sin pausa, en plena exaltación globalizadora, proporcionó la mano de obra barata y el ahorro. Ahora, además, invierte en el exterior, estimula su propia economía y empieza a consumir. Eso sí que es una superpotencia imprescindible. ¿Alguien osará preguntar a Wen por los derechos sindicales de los trabajadores chinos? ¿O por la situación de los ciberdisidentes? Bastará, por el momento, que evitemos la fascinación de un gobierno de los mandarines a espaldas de la gente y de las leyes.