
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Todos los males de la política contemporánea se concentran en la figura de Berlusconi. No hay nadie que sintetice mejor el poder corruptor del dinero, la manipulación populista de la televisión, la amalgama y confusión entre intereses privados y públicos, la personalización caudillista, la democracia del público o la destrucción del Estado de derecho y de la división de poderes desde el Gobierno.
Su legado es desastroso y bien vivo, pero su regreso ahora a la escena electoral es una nueva desgracia para Italia y para Europa que viene a sumarse a las numerosas dificultades de todo tipo que atraviesa la Unión Europea. La degradación de la política encuentra su personificación en la imagen misma de este septuagenario trabajado por la cirugía plástica y por una patética lubricidad de anciano que quiere vencer con dinero los estragos de la edad.
Aunque hay que tener confianza en la capacidad de resistencia de Italia, la entrada en liza electoral de esta figura deforme es un pésimo augurio. Por el momento ya ha conseguido sembrar el pánico político en toda Europa, incrementar la prima de riesgo y atizar a las bolsas. Respecto a sus expectativas electorales más bien parece que son pocas, como máximo mantener vivo el Polo de la Libertad, en decadencia irrefrenable desde que abandonó el Gobierno.
No es un caimán el que regresa, sino la momia, como acertadamente le ha calificado Liberation. Produce espanto, pánico incluso, y apesta a dolor y a muerte, pero ya no tiene los mismos dientes ni idéntica capacidad para arrear con su cola, aqunque los malos instintos permanezcan vivos. Y lo que quiere sobre todo es huir de nuevo de los procesos judiciales que le persiguen, un móvil que ya estuvo presente en la primera ocasión en que se presentó.