Lluís Bassets
No es sólo China. También Brasil e India, naturalmente. Pero no termina ahí la lista ni la exhibición de poder e influencia que realizan en Davos los emergentes, o imparables, esos nuevos países que ya cuentan y que van a contar mucho más en lo que queda del siglo XXI. Latinoamérica entera, desde la pobre y castigada Haití hasta el gigante brasileño, es también un continente emergente, cuya presencia en el Foro Económico Mundial crece de año en año. Lula, que debía hablar esta mañana, anuló su viaje por problemas de salud. Su discurso, pronunciado después de intervenir en el Foro Social de Porto Alegre, iba ser la intervención estelar de Davos. El protagonismo latinoamericano fue para Felipe Calderón, el presidente de México, en cuyas manos se halla la organización de la nueva cumbre del clima, después del fracaso de Copenhague en diciembre.
Al presidente mexicano se debe una de las metáforas más ingeniosas de lo que está ocurriendo con la política mundial, y específicamente con el cambio climático. Surgió precisamente en la mesa redonda en la que participó con Zapatero. Vamos en un avión cuyo piloto acaba de tener un ataque cardiaco. La tripulación y el pasaje han empezado a debatir quién puede tomar el mando. No hace falta entrar en detalles sobre lo que está en juego. El moderador del panel, Fareed Zakaria, introdujo una muy pertinente derivación del caso: quizás será cuestión de que los pasajeros de primera compartieran el champagne con los de la clase turista.
En el debate quedaron claramente dibujados los principales interrogantes que plantea la reducción de emisiones. ¿Estamos dispuestos a sacrificar crecimiento para cumplir con los objetivos que proponemos? Zapatero, siempre optimista, cree que se puede hacer todo y bien: reducir emisiones y cumplir con los objetivos gracias a la innovación tecnológica y a las mejoras en eficiencia energética. ¿Hasta qué punto podemos confiar en la tecnología para resolver el problema? Stephan Harper, el premier canadiense, a diferencia de Zapatero, sólo confía en la tecnología y prefiere evitar los compromisos que luego no se cumplen. ¿Cómo se financiarán las reducciones de emisiones, sobre todo por parte de los países que menos han contaminado y que ahora desean crecer a toda prisa? Ésta es la pregunta central que requiere una respuesta sustancial para la cumbre de México, en la que Felipe Calderón ha empezado a trabajar para conseguir en su capital lo que no se obtuvo en Copenhague.
El debate sobre el cambio climático contiene en su seno un debate sobre el futuro reparto de la riqueza mundial. Pero como todos los grandes problemas de la globalización, no es un juego de suma cero. Es lo contrario: todos ganan o todos pierden. Si alguien quiere que gane sólo su posición no va a conseguir otro resultado que la derrota para todos. Se juega, por tanto, en un equilibrio entre la codicia y la lucidez de los dirigentes políticos. Y aunque la pelea ha sido descomunal, el grado de consenso que suscita esta cuestión es evidente en Davos.
Incluso Li Keqiang, el representante de China, en cuya cúpula dirigente se observa cada vez con más interés las teorías negacionistas respecto a la influencia de la mano del hombre en el cambio climático, tuvo una referencia de consenso en su discurso. También se pudo entender entre líneas algo más de indudable importancia: China toma las decisiones sobre la crisis y sobre el medio ambiente por sí misma; y ya no se dice explícitamente lo que se desprende: que nadie tiene derecho a interferir desde fuera en estas decisiones. China será uno de los huesos que deberá roer Calderón si quiere que triunfe su cumbre.
(Un último apunte, éste sobre la noche latinoamericana, cena anual de Davos que este año reunió a tres presidentes: además del de México, los de Colombia, Alvaro Uribe, y de Panamá, Ricardo Martinelli. El tema central, la democracia. Con intervenciones claras pero de escasa agresividad. Algo de autosatisfacción, quizás más de la necesaria. Y una voluntad clarificadora de la comisaria europea Benita Ferrero-Waldner que pudo entender quien quiso. No basta con hacer elecciones para contar con democracias, se oía en muchas intervenciones. Tampoco basta la libertad de prensa y de palabra, respondió la comisaria europea. Las democracias necesitan, y Latinoamérica no es una excepción, instituciones fuertes, que son las que constituyen el Estado de derecho, proporcionan el equilibrio de poderes, permiten desalojar a los gobernantes corruptos e ineficientes y evitar que se perpetúen en el poder, y garantizan el respeto a discrepar y los derechos de la minorías. Y en esta cuestión no basta con mirar únicamente en dirección hacia la izquierda bolivariana: reproches los hay para todos.)