
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
No sé hasta cuando va a durar la polémica. Lleva ya una semana y los tertulianos no quieren soltarla. Tan grande fue el error. O la ofensa. Si la obligación de los medios es suscitar el debate, en pocas ocasiones se ha conseguido con medios más eficaces y pacíficos: una foto sin sangre, sin escándalo, sin otra noticia que dos mujeres jóvenes y hermosas que suben una escaleras en perfecta sincronía, de forma que se puede comparar todo, los zapatos, el color de las suelas, la altura de los tacones, los tobillos, los vestidos y las melenas. Los culos no, la verdad. Los culos se hallan debidamente enfundados y ocultos. Los culos miran a quien ya los tiene en su cabeza mirándole. Y esos son dos: quienes ven la vida en forma de culo y quienes creen que todos los hombres no pueden ver la vida si no es en forma de culo.
Aquí no se discute de culos sino de cerebros. Periodista, amigo, me digo a mí mismo, definitivamente los lectores nos están diciendo que nos dediquemos a nuestras cosas y dejemos que esa vieja tarea de señalar lo que es más importante la hagan los lectores mismos. Nuestras cosas son: la información, la buena información bien hecha y bien trabajada, con fuentes acreditadas y fiables, con datos comprobados; los análisis, que contextualicen estas informaciones, que ofrezcan al público las claves todavía no disponibles del acontecimiento que acaba de suceder. Y luego, lo de señalar la jerarquía, escoger las fotos, titular a cuatro o a cinco columnas, habrá que dejarlo al gusto y preferencia de cada uno. Allá cada uno con el contenido de su cerebro.
Esta crítica acerada y creciente a las primeras páginas es el incendio que se está llevando el periodismo en papel como si sus hojas fueran pavesas ardiendo y nos deja tirados en la red, donde muchos boquean como peces fuera del agua, para que nos espabilemos. Decían que eran culos, pero eran témporas.