
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
La presión sobre Merkel va a seguir y se va a intensificar. Hoy lo verá en la cumbre del G20 en Los Cabos, donde se leerán con atención los resultados electorales de la segunda vuelta de las legislativas en Francia y de la repetición de las generales en Grecia. Son buenos para el euro y para la estabilidad europea, pero no lo son exactamente para la imperturbable inmovilidad de la canciller. François Hollande, con el programa de crecimiento que quiere negociar con Alemania, tendrá las manos libres en la Asamblea Nacional, con una mayoría absoluta como la que consiguió François Mitterrand en 1981, aunque más moderada y en nada dependiente de las fuerzas a su izquierda. La mayoría griega favorable a la aceptación de la política del rigor, Nueva Democracia y Pasok, también exigirá algún gesto tangible que afloje el dogal sobre la población. El ministro de Exteriores alemán Guido Westerwelle ya ha avanzado un mensaje de flexibilidad.
Aunque ambos resultados presionen a Merkel, tienen lecturas en sentidos contrarios. Los franceses han terminado arrinconando a los extremos y dando a sus dos grandes partidos centristas el grueso de la Asamblea Nacional. Los griegos mantienen un voto muy alto para la extrema derecha y para la izquierda radical. En Francia el voto matiza el pacto fiscal de austeridad para que se hagan políticas de crecimiento. En Grecia el voto apoya el rescate y por ende el rigor del pacto fiscal. Pero la oposición francesa es europeísta y favorable al rigor, mientras que la griega exige la renegociación total del rescate y de sus políticas de rigor.
El domingo 17 no ha sido así el del Armagedón europeo. Un resultado incierto en Grecia, sin una mayoría clara o con una victoria de Syriza, conducía a una lectura plebiscitaria en contra del euro y por ende de la Unión Europea. También Francia pudo contribuir al desorden político, como habría sido el caso si de las legislativas hubiera salido una mayoría de la derecha derrotada en las presidenciales y un gobierno de cohabitación. Al final, los griegos quieren seguir en Europa y los franceses prefieren poner ahora todos los huevos en el cesto socialista, marcando un cambio de dirección en las mayorías europeas que puede extenderse a otros países. Es posible que los deseos de un buen número de dirigentes conservadores alemanes hayan quedado frustrados: ni Hollande sale debilitado ni Grecia se encuentra expulsada de Europa.
Nada ha saltado por los aires en esta jornada dramática, seguida desde toda Europa como si fueran unas elecciones propias. Por el momento no habrá corrida bancaria, como se temía para este lunes poselectoral. Tampoco nadie saldrá del euro de momento, y esperemos que nunca, ni se pondrá en circulación de nuevo alguna de las viejas divisas desaparecidas como la dracma. Esto no significa que la agonía haya terminado. La pugna con Merkel seguirá, más intensa si cabe. La presión sobre España también, aunque cabe imaginar su intensidad y dramatismo si a estas horas hubiera una mayoría en contra del rescate en Grecia.
La jornada proporciona también lecciones y marca tendencias: hay que prestar atención al ascenso de los extremos griegos, que las encuestas empiezan a detectar también en España. La jornada francesa nos dice que la socialdemocracia está viva todavía y tiene nuevas oportunidades. En la jornada griega vemos qué sucede con el rigor extremo, la falta de pedagogía política, la corrupción y los errores de los dirigentes y el desprestigio de los partidos tradicionales-