
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Todos los planes de paz, desde la Hoja de Ruta hasta los acuerdos de Annapolis, incluyen la congelación de los asentamientos israelíes en territorio palestino. Pero ningún presidente norteamericano, hasta Barack Obama, había exigido hasta ahora su estricto cumplimiento por parte de los sucesivos gobiernos israelíes. En realidad habían hecho lo contrario, es decir, la vista gorda ante la constante expansión de los asentamientos hasta llegar, incluso, al reconocimiento oficioso de una política que recorta cada vez más el territorio palestino y conduce a la inviabilidad del futuro Estado palestino. El presidente Bush propugnó la creación del Estado palestino conviviendo en paz y seguridad con Israel pero autorizó la continuación de la política de ampliación de los actuales asentamientos, admitiendo las razones de expansión demográfica alegadas por Ariel Sharon y Ehud Barak, los sucesivos primeros ministros con los que tuvo que tratar. Esta política tuvo su reconocimiento en una carta de abril de 2004, dirigida a Sharon, en la que admitía que la negociación sobre los límites del futuro Estado palestino debía partir de la realidad sobre el terreno, una forma de reconocer, por primera vez, la legitimidad de la ocupación isarelí en Cisjordania y sus consecuencias en forma de colonizaciones realizadas sin atender a la única legalidad válida en estos casos, que es la internacional.
No hay duda de que una victoria republicana en las elecciones norteamericanas hubiera significado la consolidación de la política seguida por Bush, exactamente igual como la victoria de Obama significa ahora una negativa tajante a la construcción de nuevas viviendas en las colonias actualmente existentes. Netanyahu no se opone tan sólo a la congelación, sino que rechaza igualmente los dos estados que Bush propugnaba en su visión sobre Oriente Próximo. La única concesión a la que parece acceder el actual Gobierno afecta a los asentamientos nuevos, denominados también 'puestos avanzados', cuya legalidad es objeto de controversia entre los mismos isarelíes. Pero hay que señalar que muchos de estos 'ouposts' son auténticos señuelos, destinados a realizar concesiones insustanciales a los palestinos, en una complicidad cada vez menos secreta entre el Gobierno y los colonos. La resistencia de Netanyahu a la nueva política norteamericana, a la vista de la escasa fuerza del argumento demográfico, se centra ahora en reivindicar 'la vida de cada día' en los asentamientos, una forma eufemística de referirse a lo mismo.
La respuesta de Washington hasta ahora es bien clara: congelar es congelar. No caben matices ni excepciones. Nunca se había llegado tan lejos en el desacuerdo. Hay que tener en cuenta que desde los acuerdos de Oslo, en 1993, que precisamente preveían terminar con la ocupación, Israel no ha cesado en la expansión colonial en territorio ocupado de Cisjordania y Jerusalén. Medio millón de colonos se han asentado desde entonces en tierras mayorritariamente expropiadas a los palestinos. La construcción del muro de seguridad, la instalación de numerosos controles de tráfico fijos y la construcción de carreteras de circunvalación para comunicar los asentamientos, además de las zonas militares reservadas a israel, han convertido el territorio palestino en una piel de leopardo sin continuidad territorial ni facilidad de comunicaciones. Es imposible en estas condiciones construir ya no un estado sino una sociedad normal, con comercio, servicios y una economía que funcionen. El gobierno isarelí quiere que los colonos puedan hacer una vida normal, tener hijos y expandir sus colonias para alojarlos, pero se niega a pensar en la vida normal de los palestinos, cada vez más pobres, más desesperados, más humillados y desasistidos. Esta semana Obama viaja a El Cairo, donde pronunciará un discurso dirigido especialmente al mundo árabe. No hay ya más márgenes para ambigüedad y los eufemismos. No valen ya las dilaciones y las malas excusas. El gobierno que tiene ahora Israel corre el peligro de quedarse sin aliados, enrocado en sus posiciones ultras y secuestrado por la xenofobia racista de Nuestra Casa Israel. A Netanyahu le puede pasar como le sucedió a Arafat: que no ya sea un interlocutor para la paz. Cada excusa nueva que se saca de la manga para incumplir sus compromisos y desatender las exigencias de Obama erosionan su credibilidad y, lo que es peor, la credibilidad de Israel. Veremos pues cuánto tiempo dura el pulso entre la extrema derecha israelí ahora en el Gobierno y el nuevo presidente de los Estados Unidos, y veremos también cuántos pelos dejan en la gatera tanto Israel como Estsdos Unidos en esta curiosa pugna entre dos aliados estratégicos.