
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Esta es una metáfora definitivamente condenada. Quien habla de oasis catalán presupone charca de podredumbre. No tiene más vueltas: si acaso tuvo alguna vez un significado positivo, ha quedado inhabilitado para siempre. Hacer a estas alturas genealogías del oasis es un ejercicio redundante, que aporta lo que ya sabemos. Quienes van a seguir utilizándola son quienes están convencidos de que la charca catalana es la excepción respecto a la hispánica normalidad. El tópico de los fenicios especuladores y corruptos no anda lejos de la inversión del oasis. Lo extraño, lo verdaderamente extraño, es la fuerza del tópico entre los propios nacionalistas, que lo han usado estos días casi con tanta intensidad como los otros.
Parece fuera de toda duda que esta metáfora simplona originada por una autosatisfacción bienintencionada tiene que ver más con los deseos que con la realidad. Suele ser un espejismo en el sentido literal de la palabra, que surgió en tiempos republicanos cada vez que las cosas iban un poco mejor en Barcelona que en el resto de España. Su fuerza, ya entonces, estaba en su inmediato efecto boomerang: el espejismo del oasis servía de gozosa demostración de que las diferencias políticas efectivas que se daban en Cataluña no eran más que una excusa para la ocultación del pillaje. Detrás de los sentimientos, las identidades y los símbolos no hay más que la cruda realidad de los más bajos intereses, la charca.
Esto funciona siempre, incluso ahora, cuando conocemos la trivialidad del resorte. Es evidente que en Cataluña hay un sistema de partidos distinto, con cinco formaciones, en el que el PP se halla entre los pequeños y una coalición nacionalista ocupa su lugar frente al socialismo. El propio PSC no es el PSOE. El catalanismo es una ideología transversal que penetra incluso dentro del PP. Y hay una gran capacidad de consenso entre los dos más grandes, CiU y PSC, que tiene incluso el nombre de una coalición de gobierno que todavía no se ha producido: la sociovergencia. Pues bien, la ideología de la sospecha anticatalana sabe desde siempre a qué se debe todo esto: son monsergas que sólo sirven para robar.
Lo único que cabe concluir hoy en día sobre el oasis catalán es que es un tópico que descalifica a quien lo usa porque conduce indefectiblemente a la idea de una charca fenicia de abiertos relentes excluyentes y xenófobos. Su origen no está en la República sino mucho más atrás. En Quevedo, por ejemplo, que veía al catalán como un ladrón de tres brazos.
(Enlaces: sobre el origen de la metáfora; sobre el uso nacionalista del oasis; no he encontrado la referencia sobre Quevedo, que conozco de memoria y añadiré si alguien me echa una mano).