
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Hay un lector al que no les gusta que escriba sobre Cataluña en este blog. Debe haber muchos más. Les entiendo perfectamente porque yo mismo prefiero escribir de temas internacionales. E, incluso, cuando no tengo más remedio que escribir sobre política catalana me gusta buscar el ángulo más distanciado y global posible, es decir, su encuadramiento en el escenario internacional. Las actuales circunstancias me obligarán, al menos durante una temporada, a seguir ocupándome de Cataluña, por lo que ya advierto a los lectores descontentos que no tendrán más remedio que ausentarse de este blog en caso de que les siga disgustando.
Hoy lo hago para comentar la palabra de moda en Barcelona en las horas posteriores al batacazo. La pronunció Artur Mas en su conferencia de prensa del lunes, en apelación a las fuerzas que pueden apoyarle para la investidura. Corresponsabilidad es la palabra en cuestión. La explicó así: ?Asumo mi responsabilidad de forma parcial, pero no total; otras formaciones tendrán que asumir la parte de responsabilidad de gobierno que han querido los ciudadanos?.
Los más biempensantes aseguran que la transición nacional que Artur Mas imaginó requerirá ahora liderazgos compartidos, algo que es una contradicción en sus propios términos, o como está de moda, un oxímoron. Y un amigo soberanista me susurra otra palabra, que he utilizado en mi artículo de ayer sobre Mas: generosidad. No habrá salida del embrollo que él mismo ha creado sin generosidad.El problema es que la generosidad de Mas empieza por los otros. Seamos generosos, dice. Pero es Oriol Junqueras quien deberá renunciar a sus denuncias de la corrupción y a sus pretensiones de terminar con los recortes sociales para salvar la transición nacional.
La presión por este lado puede ser seria, porque el chantaje moral de Mas sobre los tres partidos que le pueden dar la investidura ya está preparado y pronto servido.
Si no hay un gobierno estable será culpa de los tres, empezando por el PP, siguiendo por el PSC y terminando por ERC. Y si no hay proceso soberanista, será culpa de ERC. Allá con su conciencia esos independentistas que sacrifican al patria por sus ideas sociales.
La explicación es muy sencilla. El pueblo siempre es el que decide. Cuando sigue a quien le conduce, su decisión es buena. Pero cuando no lo hace, entonces son los otros los que deben obedecer al pueblo mientras el guía se lava las manos. De ahí que Junqueras, Navarro y Sánchez Camacho deben ponerse a las órdenes del pueblo para que Artur Mas tenga las manos libres para aplicar su programa.
Artur Mas no es tan ingenuo como para decir que el pueblo se ha equivocado. Pero se deduce claramente de sus palabras y de las de sus partidarios, porque mantiene inalterable el programa que le condujo a la disolución y al desastre y asegura que lo llevará a término aunque no tenga la mayoría indestructible que necesitaba. Sobre eso no exige ni pide responsabilidades. Si el pueblo le hubiera dado la mayoría que pedía, ahora no tendría tantas complicaciones. De manera que ya saben los tres segundones del parlamento catalán: manos a la obra a las órdenes del jefe.
Las cosas deberían ser de otra forma. Generosidad, claro que sí. Mucha generosidad, pero empezando en casa. CiU debe renunciar a su hoja de ruta porque no tiene la mayoría que pedía. Debe estar dispuesta también a negociar y equilibrar los recortes sociales, porque así lo pide el electorado, sin renunciar, por supuesto, a la austeridad extrema a que estamos obligados. Debe abrir las puertas a la transparencia y a las responsabilidades en el caso Palau, en el caso ITV y en los escándalos de la sanidad catalana, también por la misma regla democrática.
Si hace todo esto, seguro que es más fácil formar gobierno.
Y si no es bastante, CiU debe estar dispuesta a poner la cabeza de su líder desautorizado sobre la mesa para facilitar la gobernabilidad. Declinar toda responsabilidad por sus decisiones como hace Artur Mas, para que caiga la responsabilidad entera en la cabeza de los otros cuando es toda suya, es un ejercicio de irresponsabilidad que le descalifica de nuevo en la etapa de formar nuevo gobierno después de que ha sido ya descalificado en las urnas.