
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
¿Cuántos tipos como Kony merecerían la fama universal que les condujera detenidos ante el tribunal penal internacional de La Haya? La lista es larga. Es probable incluso que Joseph Kony no llegara a ocupar un lugar muy destacado en ella. Incluso cabe pensar, como ya han sugerido algunos, que el señor de la guerra ugandés, genocida y secuestrador en masa de niños, ni siquiera sea un peligro efectivo en este momento. Y sin embargo, hay algo de ejemplar en esta campaña, a pesar de que ponga los pelos de punta a los vigilantes antibuenistas y antiprogres, siempre atentos, y con razón, a que las buenas intenciones no den pie a la buena conciencia o incluso a acciones reprochables.
Hay que reconocer la excelencia profesional de la campaña. La elección del sujeto es perfecta, limpia, sin matices. No hay excusa que valga con el personaje, su ejército criminal impregnado de simbología y palabrería religiosa, su actuación infame desde hace 26 años, esos millares de niños reclutados a la fuerza como guerrilleros, los ritos parricidas a los que se les obligaba, las mutilaciones, los asesinatos en masa? Pensemos en otros candidatos: cualquier otro genocida, sirio o sudanés para poner un caso, hubiera tropezado inmediatamente con algún tipo de polarización o alineamiento de ideologías, partidos, religiones o incluso países. Kony no: es el malvado perfecto, que suscita el consenso negativo universal.
La excelencia profesional se extiende luego al uso de los medios, desde el diseño gráfico de la campaña hasta los vídeos, desde el kit solidario hasta la difusión viral de las imágenes y mensajes. Kony se ha convertido en una marca global potentísima. Este hombre malvado ha pasado a ser la encarnación icónica del mal, es decir, el diablo hecho hombre. Invisible Children ha producido la natividad de Satán, sacando de las profundidades de Africa un caso ejemplar que sirve para movilizar las fuerzas del bien en el mundo.
La profesionalidad de los artistas plásticos y audiovisuales, siendo grande, no es el hecho más notable de toda esta campaña. Lo excepcional está en el concepto intelectual y político que significa revertir el procedimiento de la fama. Conocíamos casos en que alguien que había destacado por su actividad violenta o criminal se convertía en un icono universal gracias a las ideas o valores que decía defender con sus acciones brutales. En este caso estamos ante el procedimiento inverso: lanzamos a la fama a un criminal de masas para que encarne en toda su crudeza el mal que ha perpetrado y poder entregarlo así a la justicia. Kony es una estrella del pop, estrella oscura y pestilente como su alma, pero estrella al fin.
La operación es arriesgada, sin duda. Se entiende perfectamente que surjan las dudas y las críticas. Pero no se pueden negar ni la valentía ni el sentido del riesgo de sus promotores, tampoco su carácter pionero como experimento comunicativo. Si Kony termina ante el fiscal Luis Moreno Ocampo, como muchos deseamos, quedará abierto un camino, de tránsito polémico y difícil, pero muy interesante para futuras actuaciones políticas y reivindicativas del signo que sea. La campaña Kony 2012 es una nueva forma de movilización global de las opiniones públicas inédita hasta ahora y capaz de levantar alrededor de una causa a una velocidad desconocida a millones de personas. Aunque, ¡cuidado!, si esta vez es una buena causa, igual la siguiente no lo es tanto.