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La nacionalización de la banca y otros dogmas

Por 11 de octubre de 2008 Sin comentarios

Lluís Bassets

Ni mito ni dogma. Un mero instrumento para introducir liquidez en la economía y para asegurar a la vez que los dineros de todos se utilizan correctamente. La unión de los contrarios queda demostrada una vez más, y no sin dolor, en el funcionamiento de nuestras economías. Todo exceso conduce a su contrario. Ahora la desregulación extrema acaba de conducir a la entrada de los Estados en el sistema bancario, con capitales, controles políticos, y un despliegue generalizado de intervencionismo hasta hace bien poco tiempo denigrado y perseguido.

Primero fue el caso por caso, en bancos y aseguradoras: Northern Rock, en el Reino Unido, Fannie Mae, Freddie Mac y AIG, en Estados Unidos. Acompañado todo por fusiones y compras ordenadas desde los Gobiernos, inyecciones de dinero público y avales. Hubo prácticamente una sola excepción enorme, que sólo sirvió para acelerar la caída: Lehman Brothers, el gran banco de finanzas neoyorquino no se acomodó a los consejos del Gobierno y como castigo fue abandonado a su suerte. A partir de ahí salió luego el plan de salvación del secretario del tesoro, Hank Paulson, el TARP (Trouble Assets Relief Program), en el que se prevé la posibilidad de inyecciones directas de capital en los bancos; pero lo que está llegando en este momento, mientras el abismo sigue ensanchándose bajo nuestros pies, es una entrada generalizada y organizada de capital público en los bancos, con el aplauso del FMI, el adalid del combate contra las nacionalizaciones. Varios países la han iniciado para taponar sus crisis respectivas, como Bélgica e Islandia, pero el toque de clarín lo ha dado Gordon Brown, que anunció el miércoles su oferta de 87.000 millones de dólares para bancos como el Royal Bank of Scotland, Barclays y HSBC, al que le siguió el propio Paulson, que está considerando tomar las mismas medidas con los bancos norteamericanos.

No es el final del capitalismo que algunos aventuran y otros desean fervientemente, aunque sea al modo de Sansón, hundiéndose bajo el templo con todos los filisteos. Pero sí puede serlo del capitalismo americano, según sugiere Antonio Faiola en el Washington Post. Para el columnista, esta nacionalización cuando menos parcial de la banca está "en contra de lo que los puristas del mercado consideran como los fundamentos del propio sistema americano", después de tres décadas en que "Estados Unidos dirigió la cruzada para persuadir al mundo, especialmente a los países en desarrollo, para que retiraran la pesada mano gubernamental de las finanzas y de la industria". El sociólogo Richard Senett, que imparte la docencia en la London School of Economics, se congratula de la intervención del Estado en un artículo notable en Financial Times, en el que habla de ‘socialismo financiero’.

Más lejos todavía va Francis Fukuyama en Newssweek, en otro artículo para recortar y guardar. El filósofo del fin de la historia desmonta los dogmas de la época que está terminando, la larga etapa de hegemonía conservadora iniciada por Thatcher y Reagan, al igual que hace más de 20 años otros desmontaron los dogmas de la izquierda, el de las bondades de la nacionalización de la banca, entre otros. Los recortes de impuestos no necesariamente estimulan el crecimiento, al contrario, pueden convertirse en un lastre como está sucediendo ahora; la desregulación, que puede ser conveniente para algunos sectores económicos, no sirve para el financiero, basado fundamentalmente en la confianza, este valor ahora desaparecido.

Entrando en detalles muy específicos, aunque no menos interesantes, muchos expertos están poniendo en duda el papel en esta crisis de los productos financieros derivados. Peter S. Goodman recoge en el New York Times un buen número de opiniones de economistas y financieros de gran interés acerca de los derivados: bombas de hidrógeno de efecto retardado, objetos de funcionamiento incomprensible, piezas centrales en esta crisis, acumulación excesiva de riesgo en pocas manos. Este tipo de productos son los que contenían las hipotecas tóxicas que están en el origen del crash bursátil y su funcionamiento no se entiende sin la desregulación financiera de la que Greenspan ha sido el apóstol en los últimos veinte años.

Estamos en tiempos de grandes cambios y enormes sorpresas. Si los anteriores favorecían a los vendedores de humo éstos son propicios para los vendedores de miedo, impulsados los primeros por la codicia y los segundos por el populismo y la demagogia. Requieren en todo caso una gran atención de los sentidos, los ojos bien abiertos y la inteligencia despierta. Para aventar los pavores y avanzar hacia el futuro. El viraje de estos días tiene dimensiones históricas. Por eso la crisis es política y no sólo económica. De gobernanza de la economía globalizada y de liderazgos. De ahí la importancia de la elección presidencial del 4 de noviembre en Estados Unidos, que va a versar precisamente sobre este dilema entre quienes quieren combatir el miedo encerrándose en sus casas y quienes quieren arriesgarse con un cambio que despierte la esperanza. En síntesis: McCain u Obama.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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