
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
La historia ha encontrado al fin unos nuevos acontecimientos en los que encarnarse. Culminada su marcha ascendente, coronadas todas las cumbres del progreso y del bienestar, ahora la vieja musa se manifiesta en las noches iluminadas de los estadios y canchas deportivas, donde produce acontecimientos grabados en mármol con la misma facilidad con que las gallinas ponen huevos. Los partidos y los campeonatos del siglo se suceden un mes detrás de otro y la apelación a la historia o alternativamente a la obra de arte acude por un quítame allá esos goles ante el entusiasmo y el rugido de los espectadores.
No es extraño que esto ocurra en Europa, donde la profecía de Fukuyama sobre su fin inminente más se ha pegado a la realidad. La historia parece remansarse. Los combates políticos e ideológicos quedan neutralizados. También sucede con el arte, sujeto a una erosión autodestructiva que da licencia a su traslación a cualquier otro territorio, la cocina o el fútbol por ejemplo. Si Ferran Adrià fue invitado a la última Documenta de Kassel, nada debería impedir que también lo fueran Pep Guardiola y su equipo en la próxima. La ecuación de la época sitúa en una función inversa la participación electoral y el entusiasmo deportivo. Europa con sus valores se deconstruyen en los parlamentos, los gobiernos y las instituciones mientras en los estadios se construye otra más próxima y fraterna, cosmopolita y multicultural.
Pero como si fuera un residuo de la vieja historia, violenta y rebelde, estas noches de triunfo terminan también con barricadas, policías heridos y cientos de detenidos. Estos jóvenes enmascarados con camisetas y bufandas de colores no tienen ideas ni objetivos que vayan más allá de aullar de placer por el triunfo de su equipo y de convertirlo en algarada y destrozo. Aunque no lo saben, llevan pegados a sus glándulas los reflejos que lanzaban a las calles a sus pares de generaciones anteriores, cuando la historia todavía atrapaba a puñados a sus víctimas en la telaraña.
Las banderas, los himnos, la masa danzando sus ritmos en los estadios y en las calles, los escritores y periodistas acunando la ilusión, debieran recordarnos aunque sólo sea por un instante de lucidez o de calma que con todos estos mimbres tejimos en el pasado los cestos de un viejo acontecer trágico y sangriento. Cuidado.
(Enlaces: para Fukuyama, para Documenta y para Pep Guardiola)