Lluís Bassets
Solo gana quien arriesga. Es lo que ha hecho Benjamin Netanyahu con el intercambio de Gilad Shalit por 1.027 prisioneros palestinos. Es su respuesta arriesgada a la Primavera Arabe y a sus nefastas consecuencias para Israel, que ha visto desaparecer en pocos meses la entera arquitectura de sus alianzas regionales y se halla en el momento de mayor aislamiento de su historia.
Netanyahu ha querido demostrar que no hay interlocutor para la paz, pero sí lo hay para canjear prisioneros de guerra. Que no funciona el lenguaje de la paz y de la reconciliación, el reconocimiento de las razones y los sentimientos del otro; sino el de la armas y de sus intereses, que es el reconocimiento de la fuerza y las intenciones destructivas del contrario.
Cuando todos le piden que negocie y reconozca al Estado palestino, demuestra que solo quiere reconocer a los palestinos como enemigo jurado de Israel. Blande así un golpe que puede ser mortal al único socio para la paz que es Abu Abbas y corona la destrucción del proceso de Oslo a muy bien precio, es decir, sin aparecer como intransigente, al contrario, porque se reivindica como negociador, certifica que puede llegar a acuerdos difíciles con los enemigos más encarnizados, sabe ceder y explicar sus concesiones y aguanta el tirón de los más extremistas de su bando.
Es la afirmación en el territorio doméstico de su autoridad y de su capacidad como hábil político después de haberlo demostrado en territorio americano, donde retó a Obama y le torció el brazo. Con esta negociación dice a las claras que ahora está dispuesto a ceder en todo menos en lo único que es esencial para obtener la paz, como es el territorio. Pero también dice otra cosa, de valor por el momento más virtual que real, y que puede contar para el futuro: quien consigue y explica un acuerdo tan espinoso como este también puede negociar y alcanzar el acuerdo de paz.
El precio que paga Netanyahu es alto. Las víctimas no se lo pueden perdonar. Los asesinos de sus hermanos e hijos salen libres, mientras ellos seguirán llorándoles y echándoles en falta. Pero ahí da también una lección que sirve para los colonos. Israel está por encima de los intereses de grupo, por respetables y encomiables que sean.
Después del golpe de Abbas en la ONU, remachando el aislamiento de Israel con su petición de reconocimiento internacional, Netanyahu le devuelve la pelota con una victoria moral, que mejora la imagen de su primer ministro y de un país dispuesto a ceder para salvar a uno de sus soldados. Restaura la autoestima de los israelíes, la idea siempre implícita de su superioridad sobre los palestinos y quienes les defienden e incluso un cierto equilibrio entre posiciones morales.
Aunque los palestinos ganan en unidad, quien obtiene ventaja es Hamas, el partido de la guerra, sobre el partido de la paz y del combate pacifista, que es lo que más teme el Israel más conservador y derechista.
(Este comentario, escrito el jueves de la pasada semana, quedó en el tintero, arrastrado por dos otros acontecimientos como la muerte de Gadafi y el comunicado de ETA sobre el cese de la violencia. Lo doy ahora aquí porque me parece todavía vigente y sugiere incluso alguna reflexión sobre el debaterespecto al final de la violencia en el País Vasco).