
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
No voy a entretenerme en desmontar la ecuación. Cualquiera persona sensata tiene medios para hacerlo por sí misma. Si quiere, naturalmente. No tiene ningún sentido entrar al trapo de demostrar lo contrario, al igual que darle la vuelta a la interpretación de la crisis, los recortes y la incapacidad de Artur Mas para hacer un presupuesto como si fuera una película de pobres niños catalanes expoliados por los ogros expoliadores. No digamos ya en ocuparse en demostrar que históricamente España no ha ido contra Cataluña, lo contrario de lo que anuncia el congreso oficial organizado por la presidencia de la Generalitat como aperitivo para 2014.
Pongamos que todo ello fuera cierto. Lo que tiene interés justo ahora es preguntarse para qué sirven este tipo de argumentos que Convergència y no Unió se dedica a difundir profusamente. Es evidente que su objetivo es convencer a cuantos más catalanes mejor para que se decanten en favor de la independencia. Y que su efecto es polarizador. Con la consecuencia de que erosiona y resta credibilidad a otros argumentos apaciguadores que también puede leerse en este mismo tipo de propaganda, respecto a nuestros deseos de amistad y buena vecindad con el Estado español en el momento en que el hipotético nuevo Estado catalán se constituya como tal, o sobre la cooficialidad de la lengua castellana en una futura Cataluña independiente.
El argumentario independentista no deja rincón por barrer y en todas las direcciones, por eso puede decir una cosa y la contraria. Tenía un primer objetivo, sobradamente cumplido, que consistía en hacer verosímil la independencia, y ahora tiene un segundo, que es ensanchar al máximo sus bases hasta crear la mayoría social indestructible que Artur Mas ya pedía hace un año. Para hacer esto es verdad que hay que sacarse los guantes de seda y hacen falta a veces algunos empujones. El resultado es que no hay fecha para la consulta, ni tenemos idea de la pregunta, pero la campaña para la votación de la independencia ya está en marcha. ¿Qué digo en marcha? Está lanzada. Basta comparar la sobria presencia del debate sobre la consulta en los medios de comunicación escoceses con los catalanes para darnos cuenta.
Tanto para obtener una cosa como otra, verosimilitud de la independencia y ampliación del independentismo, hay que adelantarse a los hechos tanto como sea posible. Si no tenemos una idea clara de cómo haremos todo esto y cómo será ese Estado futuro no haremos verosímil la idea ni la venderemos como una cuestión irreversible que solo admite ya la adhesión, apenas el rechazo y en ningún caso ya la discusión y el debate todavía abiertos. Y todo esto hay que hacerlo sin muchos miramientos, por ejemplo, de cara a la opinión pública exterior. E incluso cabe pensar lo contrario, que va muy bien la polarización y el endurecimiento en Madrid para la conformación reactiva de un bloque de opinión independentista lo más sólido posible en Cataluña.
Todo esto tiene un inconveniente. Cuanto más polarizada sea la campaña, más difícil será la salida. No está de moda recordarlo, pero hay que hacerlo. Cualquier salida, incluso la más difícil, exigirá dialogar y negociar, que quiere decir, ceder y pactar. Habrá que contar con que el interlocutor también tenga que responder ante su electorado, al que estos días vamos mandando mensajes inequívocos. Se supone que en cualquiera de los casos defenderá sus intereses con el mismo énfasis que la otra parte. Es muy fácil apelar a los demócratas de España, olvidándonos de que acabamos de decirles que nos han robado, que les estamos subsidiando y que encima han callado cobardemente ante la opresión y expolio sufrido por los catalanes.
El movimiento independentista lleva una marcha sensacional, como si fuera la parte fuerte y con ventaja de un conflicto con otro agente en inferioridad de condiciones. Es una apreciación al menos discutible que permite establecer serias dudas sobre el conocimiento que tienen su líderes de la historia y la realidad española y que se no casa con lo que ha sido históricamente el independentismo catalán, la parte débil e inerme, por más que ahora se encuentre en un momento de euforia expansiva.
Carles Viver i Pi-Sunyer, ex vicepresidente del Constitucional y ahora presidente del Consell de la Transició Nacional, vino a recordanos ayer que Cataluña no tiene ni sun solo padrino internacional para esta aventura, y no dijo, aunque lo sabe muy bien, que no ha habido ni un solo caso en la historia en que haya nacido un nuevo Estado sin una gran potencia detrás. El mundo económico, el del big money sobre todo, está callado si no está en contra. No hay lobbys catalanes en el mundo, fuera de los que conforman los propios catalanes en el exterior y sus familiares. Lo más que dice la jurisprudencia internacional es que en casos como el de Kosovo, donde hubo genocidio y guerra, nada prohíbe en la legislación internacional una declaración unilateral de independencia.
Al final, incluso la independencia, habrá que negociarla con Madrid, que es quien tendrá la última palabra, al menos de la pertenencia de Cataluña a la UE. ¿España nos roba? ¿España subsidiada, Cataluña productiva? ¿España contra Cataluña?