
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Todo agente secreto es doble por definición. Y si es doble, puede ser triple o cuádruple.
¿Es una maniobra para dinamitar el proceso o una estructura de Estado que se despliega anticipadamente? ¿O ambas cosas, es decir, una operación a dos bandas?
No eres nadie si nadie te sigue, nadie te espía, nadie te escucha. De ahí que quien quiera ser algo en algún momento barruntará encargar su propio espionaje.
La información está a la vista de todos, y solo hay que saber leerla e interpretarla. Lo que no está alcance de todos es su uso como medio de presión y de chantaje.
Hay una profunda lección de humildad en los efectos del espionaje: todos tenemos nuestras debilidades, nuestros vicios, nuestros pecados ocultos de los que avergonzarnos.
El maestro que nos imparte esta lección sobre la debilidad del ser humano sentó cátedra con la Inquisición, recibió sus laureles con Fouché y adquirió sus títulos más nobles con la Lubianka.
El espía es como el sacerdote. Lo sigue siendo aunque haya colgado los hábitos. Nadie puede darse de baja en este oficio. Todo ex espía es un espía.
El espionaje adquiere toda su trágica significación cuando lo que está en juego no es una marca comercial, una carrera política o el resultado de las elecciones, sino el destino de la misma causa a la que servimos o traicionamos.
Hay que ir con cuidado en este juego. No es una película. No es una novela. Como es la causa sagrada, la patria, la que está en peligro, al final siempre se juega a muerte, se mata o se muere.