
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Sí, este año hablaremos de la prensa. Este año no habrá más remedio que arrumbar del todo aquel viejo perjuicio que nos impedía escribir sobre nosotros mismos, aunque no dejábamos de recordarlo cuando lo violábamos quizás con asiduidad excesiva. Este año la prensa, el periodismo sobre papel, será noticia con mucha frecuencia, con excesiva y dolorosa frecuencia. La recesión en curso está golpeando de forma especialmente abrupta a los medios de comunicación impresos, a esos viejos artefactos centenarios que orbitan en la galaxia Gutemberg. Pertenecen al mundo antiguo y muchos no sobrevivirán a este 2009 tan duro que ya ha empezado: algunos ya se han quedado en el 2008. Los que consigan superar esta recesión que está secando las fuentes de ingresos publicitarias deberán transformarse y de qué manera porque también se les están secando, de forma más lenta, las fuentes de ingresos por venta, el pago de los lectores por los contenidos.
Todo esto no sería noticia si se tratara tan sólo de una noticia especializada y gremial y no estuviéramos ante uno de los instrumentos políticos más poderosos de nuestras sociedades, que sirve para ejercer derechos fundamentales, controlar a los poderosos y garantizar incluso el buen funcionamiento del pluralismo y de la democracia. El futuro de la prensa afecta, por tanto, a todos los ciudadanos. Lo ha dicho con especial énfasis y dramatismo nada menos que Eric Schmidt, el presidente de Google, en una entrevista en la que el periodista le hace en parte responsable y le pide incluso soluciones. La decadencia de la industria periodística "representa una auténtica tragedia en el sentido de que el periodismo es parte central de la democracia", dice Schmidt. "Y no pienso que los bloggers consigan marcar la diferencia", añade.
Pensemos sólo por un momento qué sería de la actual invasión de Gaza sin periodistas que cuenten con medios para recoger informaciones y contrastarlas debidamente; si todo lo que nos llegara fueran las intoxicaciones de unos y otros y no pudiéramos identificar nombres y voces con credibilidad. Sin la admirable Amira Hass, por ejemplo, hija de dos supervivientes del Holocausto y corresponsal israelí en los territorios ocupados para Haaretz, no conoceríamos con tanta precisión la crueldad de los hombres armados de una y otra parte y los sufrimientos de la población palestina. Seguro que a quienes padecen estrabismo de uno y otro bando nos les gustarán las informaciones sobre las ejecuciones secretas de la dictadura islamista en Gaza o de la bomba israelí que mató a ocho personas mientras cargaban un camión que nada tenían que ver con Hamas ni con los lanzamientos de cohetes.