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Éxodos y holocaustos

Por 21 de septiembre de 2015 Sin comentarios

Lluís Bassets

Tony Judt terminaba su impresionante Posguerra con un epílogo titulado ?Desde la casa de los muertos. Un ensayo sobre la memoria moderna europea?. Su libro sobre la historia de Europa desde 1945 culminaba con una idea original y certera respecto al exterminio de los judíos de Europa durante la II Guerra Mundial. El billete para entrar en Europa es el reconocimiento del Holocausto, decía el intelectual judío, británico y estadounidense fallecido en 2010.

Para convertirnos en plenamente europeos, como individuos y como países, debemos partir de una memoria y de un reconocimiento del destino trágico de los judíos europeos que se extiende a la memoria y el reconocimiento de todos los otros casos de limpieza étnica y exterminio sufridos en tierra europea en el siglo XX. No se puede ser europeo sin reconocer los intentos de aniquilación de un grupo de europeos en manos de otros europeos: sirve para Turquía respecto a Armenia, Serbia en relación con Bosnia o todos los países que en un momento u otro colaboraron con Hitler.

Pudieran parecer cuestiones que afectan únicamente a la historia. No es así, tal como acaba de recordarnos otro historiador, que nos restriega otra idea fuerte y desagradable por nuestro rostro de europeos indiferentes o con buena conciencia: el Holocausto no es cosa del pasado; no hay nada que permita a los actuales europeos colocarse a resguardo exhibiendo algún tipo de superioridad ética respecto a los europeos de los años 20 y 30; los genocidios se producen en las zonas grises, tierras de nadie donde la regla de juego deja de funcionar y el Estado se aparta, como fue el caso de los países de Europa oriental durante la Guerra Mundial donde empezó propiamente la Shoa. Ese otro historiador, que nos golpea con estas ideas en un ensayo publicado en The Guardian ('El mundo de Hitler puede que no esté tan lejos', 16 de septiembre), es precisamente Timothy Snyder, discípulo y amigo de Judt que publicó un formidable libro de conversaciones con el maestro fallecido (Pensar el siglo XX).

Lo más inquietante de la metáfora de Hitler, que iguala cualquier atrocidad real o imaginada con el nazismo, es que contiene una mentira y una verdad. La comparación es abusiva, mentira, pero ¡ay de nosotros si nos resguardamos en el exceso metafórico para cerrar los ojos ante las atrocidades de las que podríamos ser capaces en determinadas circunstancias!: la verdad. Esas lecturas del pasado convienen al momento actual, cuando llega a Europa un éxodo masivo que escapa de la guerra y del genocidio en Oriente Próximo, provocando reacciones ambivalentes y confusas, en las que se combinan la generosidad representada por Angela Merkel y la xenofobia nacionalista de Viktor Orbán.

Tenemos enormes dificultades para recibir a esos centenares de miles de personas que se desplazan del sur al norte y para hacerlo de acuerdo con la legislación europea e internacional y con nuestros convenios y cartas de derechos humanos. El derecho de asilo fue concebido para casos singulares, pero no para desplazamientos en masas. Hay problemas materiales, pero también hay temores culturales e identitarios. ¡Mucho cuidado!, porque además, en las fronteras, donde se hallan las zonas grises de recepción, se abre el campo abonado para una vulneración masiva de derechos e incluso para el exterminio. Los europeos, para empeorar las cosas, nos hallamos prácticamente paralizados para toda acción urgente, fundamentalmente por ausencia de un poder ejecutivo fuerte y central, la federación europea con ejército y política exterior que el euroescepticismo y la europereza nos han hurtado.

Merkel asegura que Alemania saldrá transformada por la llegada de los refugiados. Europa entera cambiará. Y el mejor y mayor cambio que podría realizar es convertirse en la unión política capaz de gestionar esta crisis en todos sus aspectos: los militares, para resolverla en origen, Siria; los materiales, para organizar los campos de acogida en las fronteras en buenas condiciones; y luego los sociales de cada país para instalar a los asilados e integrarlos. También los diplomáticos, para obligar a la comunidad internacional a compartir la carga en sus debidas proporciones. ¡Un sueño!

Sabemos que esto es solo el comienzo. Éxodos como el de Siria los hay también en Asia y en África ahora mismo. Los hay donde hay Estados fallidos, guerras civiles, golpes de Estado y terrorismo. Los habrá todavía más, vinculados a las catástrofes provocadas por el cambio climático. Naciones Unidas calcula que hay 60 millones de refugiados en el mundo, una cifra pequeña frente a los 7.300 millones de habitantes del planeta, pero inquietante si todos se dirigen hacia la misma tierra prometida.

Los europeos tenemos todos los motivos, surgidos del pasado e incrustados en el presente, para evitar la buena conciencia. Pero a la vez debemos observar con la misma visión crítica los nulos esfuerzos que hacen algunos países vecinos de Siria con los que tenemos estrechas relaciones económicas e incluso políticas, militares y culturales, hasta el punto de que patrocinan clubes de futbol e invierten en nuestras empresas e instituciones. Nada contrasta más duramente con la complejidad de la crisis en Europa y con el peso que sufren países vecinos como Líbano, Jordania y Turquía, que acogen a los refugiados a millones, como su impacto en los seis países socios del Consejo de Cooperación del Golfo, algunos de los cuales se hallan entre los más ricos del mundo.

Estos países, empezando por la opulenta Arabia Saudí, no han recibido ni un solo refugiado sirio y se han limitado a desenfundar la chequera para atender a Naciones Unidas, aunque comparten lengua, cultura y religión con los sirios en desbandada y, para colmo, están en algunos casos en el origen de la crisis. Mucho más que en los refugiados estos países han venido invirtiendo en ayuda a las guerrillas sirias que combaten contra El Assad, incluyendo grupos vinculados a Al Qaeda y al Estado Islámico, y sobre todo en la guerra de Yemen, que a su vez ha fabricado ya 100.000 refugiados en dirección a África.

Ninguno de estos países ha firmado el Convenio de Asilo de 1951, en consonancia con su peculiar sistema de ciudadanía, estrictamente limitada a la pequeña fracción nativa de la población. No es anécdota ni casualidad que también sea allí donde más fácilmente se difunde la propaganda negacionista del Holocausto.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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