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Esa China

Por 2 de octubre de 2014 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Lluís Bassets

Hay movimientos políticos encapsulados que no sintonizan con el mundo exterior y los hay conectados con las vibraciones globales. Esto es lo que sucede con la campaña de desobediencia civil ciudadana que viene reivindicando de forma pacífica elecciones libres y democráticas en Hong Kong bajo el nombre de Occupy Central.
Los siete millones y pico de habitantes de Hong Kong son muy pocos frente a los 1.300 millones de chinos. Apenas son 800.000, una quinta parte del censo hongkonés, los que fueron a votar en junio en un referéndum, calificado de ilegítimo e ilegal por las autoridades, sobre cómo deben realizarse unas elecciones democráticas. Quizás llegan a 100.000 los que se han movilizado estos días en el centro de la ciudad. Y sin embargo, la reivindicación con todas sus consecuencias del principio democrático (una persona un voto) es una amenaza intolerable para Pekín, que no teme tanto unas elecciones libres como la mimetización del ejemplo en el resto de China. La propuesta avalada por el Partido Comunista, y que rechazan los manifestantes, admite el sufragio universal pero establece el derecho de veto sobre los candidatos en función de su espíritu patriótico. Un consejo electoral en el que Pekín tiene mayoría es el que elegirá a los candidatos idóneos que se someterían al sufragio universal.
¿Y cómo se puede distinguir un patriota? Hay que remitirse al pequeño timonel Deng Xiaoping, fundador de la actual China a la vez comunista y capitalista. Es alguien que respeta a la nación china, apoya la soberanía china sobre Hong Kong y no quiere dañar la prosperidad y la estabilidad de la excolonia.
Son palabras de hace 30 años, cuando cerró con Margaret Thatcher el acuerdo inicial de retrocesión de Hong Kong a la soberanía china para 1997. Atendían a la expresión 'un país, dos sistemas', que permitía mantener la sociedad capitalista construida en la época colonial, incluidas las libertades civiles, a cambio de la recuperación de la soberanía china sobre su territorio.
Eso ha sido así hasta ahora, aunque en el conflicto actual surge de nuevo la clave del tipo de patriotismo exigido por Deng, que es precisamente la soberanía, algo que para el Partido Comunista de ninguna manera puede estar en manos de los hongkoneses. Ni tampoco de todos los chinos, puesto que para ellos no rige el principio democrático.
Tras el acuerdo entre Deng y Thatcher, llegó la Ley Básica, la constitución fabricada en Pekín con el consenso británico y hongkonés. En 2017, 20 años después de la unificación, debían celebrarse elecciones democráticas, y hasta 2047 había que mantener los dos sistemas, una evolución que conduce a que China converja en el principio democrático o que lo suprima como está intentando ahora. En mitad del debate constitucional, en 1989, llegó una mala noticia, que estremeció a los hongkoneses y que no se han quitado todavía de la cabeza: la matanza de Tiananmen, una cuestión finalmente de soberanía, es decir, de su negación a los ciudadanos en favor del Partido Comunista.
?Somos hongkoneses, somos asiáticos, no somos esa China?, rezan algunas pancartas del movimiento. La democracia también crea identidad y patriotismo. El problema no es China. Es una China en la que no cabe un Hong Kong democrático y pluralista.

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Lluís Bassets

Lluís Bassets (Barcelona 1950) es periodista y ha ejercido la mayor parte de su vida profesional en el diario El País. Trabajó también en periódicos barceloneses, como Tele/eXpres y Diario de Barcelona, y en el semanario en lengua catalana El Món, que fundó y dirigió. Ha sido corresponsal en París y Bruselas y director de la edición catalana de El País. Actualmente es director adjunto al cargo de las páginas de Opinión de la misma publicación. Escribe una columna semanal en las páginas de Internacional y diariamente en el blog que mantiene abierto en el portal digital elpais.com.  

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