
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Todo está ya dicho sobre la realidad que supera a la ficción y la práctica que desborda a la teoría. Pero siempre hay que esperar nuevas pruebas irrefutables. Mientras iban saliendo en mi blog de agosto unas breves y deslavazadas reflexiones sobre el oficio de periodista, la bendita realidad, los hechos dichosos iban encargándose de aportar sus propios argumentos, mucho más potentes. No hablo, aunque bien pudiera, del voraz y feroz Silvio Berlusconi, emprendiéndolas contra los últimos restos del periodismo libre italiano. Hablo de otro ser al parecer más monstruoso aunque más desconocido que se ha convertido en epítome de la catástrofe contemporánea y sobre todo en artista infernal de nuestros abismos periodísticos.
Responde por el nombre de Wallace Souza, director y productor de un truculento y popular programa de televisión sobre sucesos llamado Canal Livre (como se verá, no podía faltar la apelación a la pobre y maltratada libertad en circunstancias tan especiales) que se emite desde Manaos. Antes de ser periodista de sucesos fue policía y después ha pasado a la política como diputado por el Estado brasileño de Amazonas, elegido clamorosamente en tres ocasiones. Su aportación a la historia de la infamia y específicamente de la infamia periodística, puede destinarle a una popularidad mucho mayor que su programa de televisión y que sus campañas electorales. Un asesino profesional que responde al estupendo nombre de Moacir Moa Jorge da Costa ha confesado que una buena ristra de sus asesinatos, violaciones, asaltos y secuestros los efectuaba como productor especial de Canal Livre, es decir, a instancias de Wallace Souza, que así podía llegar al lugar de autos con presteza o disponer cámaras con sospechosa puntualidad donde iba a perpetrarse un crimen.
Pero a la sorpresa por la peculiar y siniestra profesionalidad con la que Souza pueda haber alcanzado las cumbres, quiero decir los abismos, del oficio, se suma otra sorpresa todavía mayor respecto el estado de la profesión. No me he enterado de esta noticia por su profusa difusión en los informativos de radio y televisión o las primeras páginas de los periódicos. Me refiero a los de aquí y a los de allí: me dicen amigos brasileños que esta noticia provinciana llena de color ha suscitado un interés limitado en los grandes medios de Sao Paolo y Rio. Tampoco por los grandes medios norteamericanos, que son los que han marcado siempre el rumbo del oficio (no puedo decir de los más informales, como el Huffington Post, donde hay cumplida y precisa información). Me he enterado gracias al artículo publicado por Mario Vargas Llosa en El País el domingo 23 de agosto, que no había podido leer en su día y tenía en mi mesa a la espera de la puesta al día vacacional.
De manera que esta reflexión sobre el rumbo del oficio quiere ser también un homenaje a la profesionalidad y al tino de quienes como Mario aguantan el tipo y consiguen todavía suministrar información a los lectores en medio de este mar de confusión, descrédito e indiferencia. Por supuesto, Souza ha rechazado todas las acusaciones, que atribuye a una venganza mafiosa por sus denuncias en su programa de periodismo de investigación.
(Enlaces, con el artículo de Mario, y con el Huffington Post.)