
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Ni dos meses quedan para las elecciones al Parlamento Europeo, que se celebrarán entre el 4 y el 7 de junio para elegir a los 785 diputados que representan a los 27 socios de la Unión Europea. Las encuestas son bien claras al respecto: ganará de nuevo la derecha. Tiene en su favor muchas cartas: la crisis económica, que al parecer no juega en su contra; la actual hegemonía conservadora, que en muchos casos se confunde con el ascenso y dominación de partidos y alternativas populistas; y, sobre todo, el estado de inanición ideológica y de anemia política en que se encuentra la entera izquierda europea.
Estas elecciones se celebrarán en un pésimo clima europeísta. El impulso de integración está totalmente agotado, de forma que suenan a hueco las proclamas que pretenden vincularlas a algún tipo de proyecto que afecte al conjunto de la Unión. La renacionalización de las políticas es la regla y la falta de respuestas europeas a la crisis es una evidencia que no consiguen ocultar las declaraciones grandilocuentes, los gestos más o menos solemnes de las presidencias o la adición de planes nacionales para vestir el santo de la falta de voluntad y de vocación europeístas.
Estamos en plena deconstrucción europea, como demuestra el tortuoso e inacabable camino del Tratado de Lisboa, todavía pendiente de ratificación en referéndum en Irlanda y por parte del Parlamento y del presidente en la República Checa. Nunca estas elecciones han llegado a tener un contenido realmente europeo, de forma que es más difícil todavía que lo tengan ahora, por más que les pueda interesar a los socialistas españoles, temerosos de que los votantes utilicen estos comicios para castigar a Zapatero.
Leire Pajín, la secretaria de Organización del PSOE, señaló este pasado lunes que su partido va jugar fuerte en esta campaña electoral, porque ?Europa necesita más que nunca una voz progresista y necesita más que nunca una España fuerte?. Los votantes, según Pajín, deberán elegir entre el modelo neoliberal del PP y el progresista y socialmente avanzado del PSOE. Todo esto se dijo al anunciar que Ramón Jaúregui será el número dos de la candidatura socialista, detrás de Juan Fernando López Aguilar.
Hasta aquí todo muy normal. El pequeño problema que plantea la candidatura socialista lo reveló el propio López Aguilar en la escuela de invierno de los socialistas catalanes, en Tarragona, el pasado 21 de marzo: su jefe, José Luis Rodríguez Zapatero, ya ha señalado que apoyará la continuidad de José Manuel Durao Barroso como presidente de la Comisión, coincidiendo así con el apoyo que recibirá del Partido Popular Europeo. Barroso fue elegido en noviembre de 2004, en plena era Bush y apadrinado por Blair y Aznar. Fue el discreto anfitrión de la reunión del trío de las Azores, que hizo el último llamamiento a la guerra preventiva contra Sadam Husein, y ha presidido una de las etapas más grises y vacías de la historia de la Unión Europea.
Barroso representa todo lo contrario del voluntarismo y del espíritu europeísta que encarnó Jacques Delors, y lo menos que se podría esperar de los socialistas europeos es que dieran con un candidato que representara la revitalización de la Unión Europea y lo votaran, aunque no llegara a ganar. No es extraño que Jaúregui, sólo conocerse su nuevo destino bruselense haya dicho que se va ?con un poco de pena, porque el Parlamento Europeo equivale a veces a una especie de cementerio de elefantes al que vas y te olvidan ?.