
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Hay libros que se escriben como resultado de una decisión y otros que van escribiéndose sin que uno se dé cuenta. Esto es lo que me ha sucedido con el que hoy se pone a la venta en las librerías y también en formato e-book bajo el título El último que apague la luz. Son textos sobre el estado y la evolución del periodismo escrito durante los últimos cinco años, justo desde que empezó esta crisis devastadora que tanto está afectando a los medios de comunicación y al oficio de periodista. Para que los lectores de este blog puedan hacerse una primera idea, hoy doy en este post los primeros párrafos con que arranca el libro.
?Esta es una escena contemporánea, el diorama de un conflicto de nuestro tiempo, el símbolo de un fin de época. La rotativa se parará después de tirar el último ejemplar del periódico. Las camionetas saldrán por última vez a emprender sus rutas de reparto. Solo faltará que alguien apague las luces y deje las instalaciones enteras oscuras y vacías, con la sala de redacción desierta y silenciosa en el centro del escenario.
«Esa cabecera centenaria que se identifica con el nombre y con la historia de una ciudad, que ha presidido los desayunos de todas las familias en épocas de paz y en épocas de guerra, durante los largos períodos de prosperidad y durante las crisis, y en cuyas páginas han aprendido a leer todos los niños de esta poblada metrópolis, dejará de publicarse y ya no estará nunca más en los quioscos ni seguirá deslizándose cada mañana por debajo de la puerta o cayendo en el buzón de la escalera de vecinos.
«Esto ya ha sucedido en los últimos años en muchas ocasiones, sobre todo en el país donde más desarrollada estaba la industria de la prensa impresa que es Estados Unidos. Pero no es un guion lejano y ajeno, sino una pieza dramática, incluso una tragedia, que ya ha empezado a representarse en toda Europa y que pronto va a tomar un ritmo endiablado entre nosotros.
«Desaparecen las cabeceras y desaparecen los puestos de trabajo. En las rotativas por supuesto, en la distribución, en los departamentos de publicidad y de marketing. También desaparecen los quioscos de prensa, negocios tan decadentes como lo es hoy el periódico impreso. Y desaparecen los periodistas, antes una profesión nutrida y próspera y ahora disminuidos en sueldos y en ofertas de trabajo, precarizados y prejubilados, expulsados de su oficio y sustituidos incluso por el público que antes les leía y adoraba y en este momento incluso les reemplaza, porque escribe y alimenta gratis las nuevas webs de agregación y de contenidos generados por los lectores.
«Esa es la peor noticia que puede dar un periódico. Porque es sobre el periódico mismo y porque es la noticia de su desaparición. El pudor periodístico siempre ha dificultado la información sobre el propio periódico y el propio negocio. Puede que fuera falso. Pero esta era la costumbre. Los periodistas no eran noticia. Dar noticias sobre uno mismo no puede ser bueno. Suelen ser malas noticias. O al menos, noticias incómodas. Y si son buenas, fruto del autobombo periodístico o de las exigencias crecientes del marketing del propio periódico, son increíbles para los periodistas, acostumbrados a mirar con recelo cualquier noticia positiva.
«Vaya si serán noticia ahora. Y además tendrán que darla, tendremos que darla. Será la peor de todas, la que ningún director de periódico quiere dar en su primera página: que mañana ya no saldremos. Es una necrológica anticipada. Necrológica del periódico y necrológica de la noticia. Nada hay tan deprimente como la noticia de que ya no volveremos a dar noticias.
«Esta noticia que hemos leído ya varias veces y que sabemos que leeremos más veces en el futuro tiene un tope que cuesta imaginar, aunque ya esté a la vuelta de la esquina. Un mundo sin periódicos impresos, una mañana sin periódico que comprar en ese quiosco de la esquina que ya cerró hace años, con el único consuelo de una vaga reminiscencia en el teléfono o en la tablilla digital. ¿Un mundo sin nosotros, los periodistas? ?.