Lluís Bassets
La base del pastel es que no hay oposición. O que no la hay todavía y que costará que la haya. Esa es muy buena base, porque lo permite todo. Nadie va rechistar por las incongruencias, impericias e incumplimientos del programa y de las promesas: ya se sabe que las promesas solo comprometen a quien se las cree. El mérito es ajeno, pero hay que reconocer que luego las sucesivas capas se hallan astutamente dispuestas, en el mejor y más pastelero estilo tacticista. Hay una capa bien visible y cremosa de demagogia derechista y reaccionaria, extendida a modo de contentar a la clientela más molesta y ruidosa. Hay otra capa de terso y obligado mazacote europeísta, impuesto ya por Merkozy a Zapatero y aceptado con alegría impostada por Rajoy: en cuanto pueda buscará cómo hacerla más dúctil y flexible. Y hay finalmente otra capa, ligera y fácil de consumir, de nata y merengue socialdemócratas, dispuestos para satisfacer al electorado andaluz, al que hay que hacérselo fácil: no se cambia de mayoría sociológica en un plisplas.
Esta última capa del pastel, la que cubre la superficie, es la que más desconcierta a los votantes socialistas. Puede que haya subida de impuestos indirectos más adelante, sobre todo si las cosas siguen empeorando, pero de momento quien ha subido los impuestos directos a las rentas de las clases medias habiendo prometido exactamente lo contrario han sido los populares, que se han comportado solo llegar al gobierno como si pertenecieran a un típico partido izquierdista. Cabe también que se haya producido una exacta inversión ideológica: si bajar los impuestos era de izquierdas, tal como se atrevió a formular un inicial Zapatero aupado entonces por la burbuja, cabe deducir que subirlos será de derechas sobre todo cuando la burbuja está ya más que pinchada.
No basta con más impuestos, hay que recortar los sueldos de los banqueros y apelar a la solidaridad. Lo que no se atrevieron a hacer los socialistas lo ha hecho también este gobierno sin pestañear. Solo falta ahora que la reforma laboral atienda antes a los intereses electorales de los populares andaluces que a las exigencias de Merkel. ¿Serán también las elecciones andaluzas parte de la política interior alemana?