
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
La Guerra Fría terminó hace dos décadas, pero su legado no ha sido
cancelado. Al contrario, sus rescoldos se han reavivado en los últimos
años. Estados Unidos, la superpotencia que venció en aquella contienda
sin batallas, ha ido buscando a un enemigo digno de su tamaño, primero
en el terrorismo y Al Qaeda, y más tarde en la nueva Rusia autoritaria
de Vladímir Putin. Su estrategia de guerra preventiva, aplicada
unilateralmente a Irak para evitar precisamente la proliferación
nuclear, tuvo como efecto estimular la proliferación.
Si Sadam Husein fue atacado sin tener armas de destrucción masiva, lo
mejor es adquirirlas rápidamente para evitar un ataque: éste es el
razonamiento que han seguido en distintos grados Corea del Norte, Irán
o Siria. El impulso de desarme que caracterizó los últimos años de la
Guerra Fría ha perdido toda su fuerza, y en sentido contrario han
surgido nuevas y peligrosas iniciativas: la exclusión del primer golpe
nuclear ha abandonado su condición de principio para varias potencias
nucleares; han aparecido minibombas nucleares tácticas, para su uso en
la guerra convencional; y sobre todo, se mantiene un arsenal todavía
muy peligroso, unas 10.000 cabezas, de las que el 90% pertenecen a
Estados Unidos y Rusia, y de las que unas 4.000 pueden hallarse
desplegadas o a pocas horas de su despliegue.La culminación de la Guerra Fría fue la consagración de la teoría de
la destrucción mutua asegurada. El lanzamiento, incluso por
equivocación, de un misil de una superpotencia sobre el territorio de
la otra pudo significar el desencadenamiento de represalias mutuas
masivas y la destrucción de las mayores concentraciones urbanas del
planeta. No hubo Apocalipsis nuclear, pero su legado está con nosotros,
todavía vivo y latiendo en todo su peligro, reavivado después de los
atentados del 11-S en Nueva York y Washington por la última presidencia
norteamericana. El temor a un ataque por parte de un Estado terrorista
o a que este tipo de armas caigan en manos de grupos como Al Qaeda dio
pie a una estrategia que se ha revelado nefasta precisamente para
conseguir el objetivo que se había propuesto. La mejor expresión
geoestratégica de este pensamiento equivocado es el eje del mal,
que construye de nuevo un enemigo bipolar calcado sobre el comunismo de
la Guerra Fría, y fundamenta una nueva carrera de rearme.Esta
semana algunos comentaristas norteamericanos han dado por terminada la
Guerra Fría. Tres gestos del presidente de EE UU han permitido realizar
una declaración en apariencia tan extemporánea. Obama se ha
entrevistado con el presidente ruso Dmitri Medvédev y ambos han
alcanzado el compromiso de iniciar una desescalada nuclear; ha
pronunciado un discurso en Praga a favor de la desaparición de las
armas nucleares; y ha dado por liquidados en Ankara tanto el Choque de
Civilizaciones como el eje del mal, conceptos que fundamentaban la nueva guerra fría esbozada por Bush.La
semana de Obama en Europa se las trae: Irán, Corea del Norte e Israel,
tres poderes nucleares en distintas fases no reconocidos
internacionalmente, han hecho oír su voz mientras el presidente
desgranaba sus ideas. Corea con su misil: un reto y una amenaza, pero
también una petición de más tajada en la negociación por parte del
Querido Líder. Irán, con su asistencia a la reunión de La Haya sobre
Afganistán, justo antes de empezar el viaje presidencial: está ya claro
que el diálogo directo le interesa. Israel, con la formación de un
Gobierno de halcones, atento al proyecto nuclear de Irán: es su
enemigo existencial, considera que la obtención de la bomba está muy
cerca y exige un plazo corto para la negociación, paso previo a un
ataque a las centrales y centros de fabricación.La inercia de la
Guerra Fría permanecerá durante muchos años todavía, a pesar del
voluntarismo de la nueva Casa Blanca. Obama no es un ingenuo: no habrá
desarme unilateral; y no se renunciará a un escudo antimisiles, que
afecta directamente a la República Checa y Polonia, mientras Irán siga
con su programa nuclear. Nos acercamos, también en esta cuestión a una
negociación a cara de perro. Hasta tal punto, que Obama cree que su
generación no verá un mundo desnuclearizado: así de grave y persistente
es el legado apocalíptico que nos deja la Guerra Fría. Pero ha querido
marcar su presidencia con un gesto decisivo: empezar la desescalada,
revertir el crecimiento constante del arsenal, comprometerse con el
objetivo de un mundo sin armas nucleares. El lugar elegido para
subrayar el valor de este gesto no podía ser más acertado: Praga, la
plaza del Castillo en lo alto de la ciudad vieja, frente al palacio
donde vivió Václav Havel, el héroe de la revolución de terciopelo;
cerca del callejón de los Alquimistas donde Kafka tuvo su estudio y la
imaginación literaria situó al Golem; a pocos kilómetros de aquel telón
de acero que dividió a Europa y dejó a su mitad oriental tiranizada
durante 40 años.