
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
En una semana ha quedado desplegado todo el abanico de apuestas internacionales. Los dos primeros meses fueron de concentración casi exclusiva en la recuperación de la economía norteamericana; ahora en cambio la nueva posición internacional de Washington ha quedado claramente enunciada en la apertura de juego que ha significado el periplo europeo de Obama. Hay un nuevo método, abiertamente distinto y opuesto al anterior, hecho de multilateralismo, atención a las posiciones de los socios, amigos e incluso adversarios, un énfasis especial en la acción política y en el papel de la diplomacia y una gran confianza finalmente en el diálogo y la palabra. El método liga con el estilo personal del presidente, moderado y componedor, persuasivo y respetuoso, seductor incluso, y totalmente alejado de la retórica intimidatoria que adoptaba con frecuencia Washington en las relaciones exteriores. Y también con los contenidos de algunas propuestas desarrolladas durante el viaje y en sus prolegómenos: el llamamiento al desarme nuclear, el compromiso con el cambio climático, la oferta de diálogo a Irán, la nueva estrategia para Afganistán y Pakistán, la mano tendida al Islam ?
Obama está rompiendo hábitos y modos de hacer política; ya lo hizo durante la campaña electoral, también desde que vive en la Casa Blanca y ahora que realiza su primer periplo europeo de ocho días. Y esto se puede observar en su trato con los monarcas y jefes de Estado como en su relación con la gente que le aclama en las calles. Sus grandes reuniones ante cientos o miles de jóvenes en Estrasburgo, en Praga o en Estambul, al aire libre o en pabellones deportivos, para discutir sobre las relaciones entre Europa y Estados Unidos o el desarme nuclear, tienen poco que ver con los comportamientos y costumbres de sus predecesores. La popularidad de su imagen y la de su esposa, Michelle, han jugado un papel determinante en esta gira y en la proyección de la política internacional de Estados Unidos, que ha significado el despliegue de toda una nueva forma de diplomacia pública, fuertemente apoyada en los nuevos medios de comunicación y en la simpatía y proximidad de la pareja presidencial.
No todo son excelencias en esta apuesta: el viaje y las cumbres de esta semana han conservado e incluso han reforzado la imagen elitista y alejada de la gente que suelen dar los líderes del mundo cuando se reúnen. Las medidas de seguridad excesivas y las molestias ocasionadas a los habitantes de las zonas donde se han celebrado las reuniones no se corresponden con este sentido de proximidad política que ha querido proyectar Obama, aunque encuentran su coartada perfecta en las manifestaciones violentas que se han convertido ya en una especie de desgraciado ritual, obligado en las cumbres. Dilapidar fondos públicos y hacer exhibición de dispendio y de lujo por parte de los gobernantes en una época de recesión como la que ahora atravesamos es la mejor forma de mantener el divorcio entre gobernantes y gobernados, alejar la política de la calle y neutralizar los hipotéticos efectos beneficiosos sobre la confianza pública que deberían producir estas reuniones. El estilo Obama requeriría, pues, una revisión de la liturgia de estas reuniones internacionales, más acorde con los tiempos austeros que nos tocará vivir y con las dificultades que pasan un número creciente de nuestros conciudadanos.
Todos estos comentarios apenas rozan los contenidos de la política internacional de Obama y afectan fundamentalmente a las formas. Ocasión y necesidad habrá de ir analizando cada una de las nuevas estrategias lanzadas durante los días del viaje. Pero de momento no hay que olvidar la máxima clásica de que el estilo es el hombre. Las formas, en política, son el contenido. Este Obama que hemos visto estos días, con sus múltiples virtudes y algún que otro defecto, encarna en sí mismo y es la nueva política exterior norteamericana.