
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
El chispazo entre estos dos hombres tiene siempre algo de excepcional. Uno representa el mayor poder terrenal y el otro el mayor poder espiritual. El primero se mide por su riqueza económica, tecnológica y científica, poderío militar y capacidad de penetración cultural. El segundo por el número de seguidores, la fuerza histórica del mensaje espiritual y la influencia moral que ejerce más allá de su propia religión.
No es fácil la sintonía entre dos poderes tan extraordinarios, pero que se despliegan en planos distintos y a veces contradictorios. En cuestiones de paz y de guerra, casi nunca consiguen encontrarse, ni siquiera cuando ambos se hallan exactamente en la misma longitud de onda. Las disonancias son frecuentes en cuestión de costumbres y moral sexual. También en política internacional, donde Estados Unidos tiende al unilateralismo mientras que el Vaticano es multilateralista por definición. Pero cuando Washington y Roma entran en resonancia, cosa que sucede en pocas pero excepcionales ocasiones, el desorden del mundo parece súbitamente compensado. La primera ocasión en que sucedió tal fenómeno fue con Ronald Reagan y Karol Wojtyla, emparejados en su combate contra la Unión Soviética. Uno con su guerra de las galaxias y el otro con las intangibles divisiones acorazadas de la fe anotaron en su haber la victoria sobre el comunismo. Algo parecido sucedió, aunque con resultados mediocres, entre George W. Bush y Joseph Ratzinger, el neocon y el teocon, emparejados en la lucha contra el relativismo moral. Ahora el primer encuentro esta semana entre Barack Obama y Jorge Bergoglio apunta a una nueva sintonía entre la Casa Blanca y el Vaticano por su similar preocupación ante las crecientes desigualdades económicas que sufre el mundo.
Obama y Bergoglio tienen más cosas en común que quienes les antecedieron en este tipo de encuentros. Ambos son americanos e innovadores: Obama es el primer presidente afroamericano y Bergoglio el primer Papa no europeo. Hablaron de inmigración, nos dicen las notas de prensa, y debieron hacerlo con conocimiento de causa: los dos son hijos de inmigrantes, uno de Italia y el otro de Kenia. También ambos conocen los suburbios, uno de Buenos Aires y el otro de Chicago, y saben lo que es el trabajo social y la vida modesta.
Reagan y Wojtyla eran dos magníficos actores, con capacidad de comunicar y encarnar el final de la época bipolar que abrió las puertas de la libertad al bloque soviético. Bush y Ratzinger representaban muy bien las elites conservadoras blancas, inquietas ante el desplazamiento de poder en el mundo y el retroceso de los valores tradicionales. Obama y Bergoglio, hijos ambos de la clase media, expresan en su sintonía los desvelos de las nuevas clases emergentes globales que pugnan por salir de la pobreza no siempre con éxito.