
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Los medios del siglo XXI
¿Cómo serán pues los medios de comunicación del siglo XXI? En primer lugar, partiendo de los conceptos más generales, hay que decir que ya no serán medios de comunicación de masas, tal como los había caracterizado la sociología en el siglo xx, sino de nichos, grupales o de comunidades. Tampoco se adaptan exactamente al concepto de comunicación social, más europeo e incluso católico, puesto que el individuo tiene un papel central en una nueva estructura donde no se distingue lo público de lo privado, e incluso lo íntimo de lo grupal. Son medios sociales y a la vez individuales.
La transición de los viejos medios a los nuevos no puede reducirse a un cambio generacional, ni a la aparición de nuevas tecnologías, ni siquiera a una crisis devastadora que actúa como selector darwinista y elimina a los más débiles. El cambio que se está produciendo afecta a la esencia misma de lo que han sido los medios de comunicación hasta ahora, que se definían por su capacidad de abarcar a un público masivo con productos estandarizados según los patrones del capitalismo industrial tradicional; mientras que las nuevas tendencias en el consumo y ya en la producción nos indican que los medios deben adaptarse a nichos concretos y acumular las grandes cifras con las que se construyen los negocios en la agregación de productos y de marcas que satisfagan a una enorme sumas de pequeños públicos todos ellos distintos.
El interés general, a cuyo servicio se hallaban los medios de comunicación clásicos, ha quedado disuelto en una suma de intereses cada vez más particulares, hasta el punto de llegar a identificarse con el individuo. No será posible ofrecer productos homogéneos y cerrados, pensados para agradar y satisfacer a una gran masa lo más amplia posible, sino extensos abanicos de temas y contenidos abiertos al público, que será el que decidirá la selección y la jerarquización y los adaptará a su gusto individual. Venimos de un mercado conducido hasta ahora por la oferta pero vamos directamente a otro radicalmente distinto, conducido por la demanda.
El gusto y la elección de los consumidores, clasificable en forma de identidades de grupos y redes sociales, será el elemento determinante del contenido y de la organización de los medios. Los viejos periódicos ya habían actuado como identificadores que nos acompañaban en nuestras vidas, resultado en muchas ocasiones incluso de una cultura local, regional o incluso familiar. Las nuevas marcas de los nichos comunicativos corresponden a nuevas identidades plurales, mestizas, migrantes y cambiantes, sometidas a las reglas del mercado y del debate y la exposición al público, pero no como lo hacían las viejas identidades, en forma de destino, fatalidad o herencia que no se puede rechazar; sino como opción libre y abierta.
No tendremos periódicos, al ritmo temporal marcado por la jornada diaria, sino continuos: los nombres que los han caracterizado, diario, periódico, semanario, mensual, dejarán de tener sentido para las nuevas marcas, totalmente desvinculadas de un ritmo temporal.
Sus contenidos tampoco estarán determinados por el plazo de entrega, los cierres. Y ni siquiera la verificación resistirá la presión del público para conocer los datos disponibles en sus versiones más elementales, a veces en el nivel de los simples rumores. No habrá, pues, una versión de los hechos, sino sucesivas versiones perfectibles de los hechos, y una mayor necesidad de orientación, análisis, contextualización y explicación derivada de la mayor precariedad de la información.
Habrá que regresar a las ideas básicas de este oficio. Sabiendo, además, que ya no es exclusivo de quienes hacen gala exclusiva de su profesionalidad, abierta ahora a todos los ciudadanos. Como habrá que regresar a las ideas básicas de la democracia y del Estado de derecho para responder a los retos de la nueva sociedad.
Hay que tener en cuenta que la dimensión política, en su acepción más clásica, de la polis se ha esfumado de las cabezas de quienes han estado diseñando los nuevos usos comunicativos de estas tecnologías emergentes. Su cultura creativa es fundamentalmente empresarial, fuertemente amoldada por la cultura y las teorías meramente pragmáticas e instrumentales sobre la producción, gestión y marketing, en las que se concibe la sociedad como un mercado, al productor de medios como un fabricante y vendedor y a los ciudadanos como clientes. Todo este universo está muy lejos de los conceptos que generaron la ?esfera pública democrática? propia de nuestras democracias.
Hay un choque de instancias y de conceptos. Los medios clásicos atienden a una función pública de servicio al interés general en la democracia y se someten a las reglas de juego adoptadas democráticamente por la mayoría. Forman parte del sistema de 'checks and balances', los controles y equilibrios de poderes, tienen una responsabilidad social y su función se entiende como un servicio público. Los nuevos medios se conciben como formas de comunicación privada capaces de generar negocios, sin que deban responder a ninguna otra de regla de juego más que la que improvisan sus usuarios al albur de sus gustos e intereses.
Como en la época en que una tiranía impedía la publicación de opiniones libres, ahora hay que abrirse paso de nuevo pero ante una nueva tiranía, la de la confusión y la demagogia. No deberíamos hacerlo en ningún caso con prohibiciones y cortapisas, al contrario. Con la máxima libertad y con la máxima profesionalidad. Difundiendo y defendiendo los principios que han hecho grande este oficio. Prestigiándolos en vez de declararlos muertos y a punto de entierro. Utilizando todos los medios extraordinarios que tenemos en las manos para informar y opinar, para seleccionar y analizar.
Para el periodista tradicional que se adentra en el mundo de los comentarios abiertos de los foros y blogs en Internet es toda una novedad esta libertad absoluta que permite a cualquier lector anónimo llegar al insulto y a la degradación más intolerable respecto a opiniones respetabilísimas. Se entiende que muchos quieran limitar esta libertad; pero no llevan razón y hay que argumentar en sentido contrario, a favor de la expresión sin otro límite que el de la incitación a la violencia.
Esta libertad que reivindico frente a la censura vaticana, la codificación europea, las leyes antilibelo británicas y a los despotismos de todo pelaje rusos y asiáticos es la libertad americana, la que consagra la Primera Enmienda y sobre todo la jurisprudencia del Tribunal Supremo de los Estados Unidos y que se podría sintetizar en la idea de que ni los gobiernos ni los parlamentos deben interferir en la libre expresión de las ideas de los ciudadanos.
No se trata de defender la libertad absoluta. No existe, ni puede existir; e incluso intentar obtenerla puede derivar en una idea nefasta que termine ahogando la libertad misma. No hay valores absolutos. De lo que se trata respecto a la expresión de las ideas es de jugar en el campo de la libertad, no en el de las restricciones. De oponerse por método a la idea de que una restricción pueda ser benéfica. De partir de la idea contraria, de que será la libre confrontación la que producirá mayores bienes para todos, los individuos y la sociedad.
Los periodistas no podemos jugar en ningún otro campo. En algunos momentos y en algunas latitudes ha habido periodistas que han jugado a favor de la restricción. Son episodios y personajes que no han hecho honor a su oficio. En el mundo de mayor libertad y mayor acceso a la información que se está abriendo constantemente ante nuestros ojos esta moral de la libertad hay que trasladarla a los nuevos periodistas, que son tendencialmente todos los ciudadanos.
Nada se adapta mejor a la cultura americana de la libertad de expresión que las nuevas tecnologías que tanta preocupación producen en Europa y en China, por razones legítimas vinculadas a los derechos de autor en el primer caso y perfectamente ilegítimas de control político e ideológico en el segundo. Los nuevos medios son auténticos abrelatas para el acceso a numerosa documentación que se ha mantenido reservada, apartada o secreta. Cuando la prensa tradicional no ha ganado la batalla del acceso a la información pública en gran número de países, España incluido, ¿cómo vamos a denigrar la aportación y la acumulación de esfuerzos desde el nuevo periodismo digital para aumentar la transparencia de nuestras sociedades?
Lo que hemos vivido era muy bueno, pero lo que ahora está llegando deberá serlo más. La prensa escrita se halla en un cuello de botella, que afecta fundamentalmente al futuro de las empresas editoras. El periodismo, el oficio de periodista, va a sufrir mucho en este envite, pero debemos mirar el futuro con esperanza y resolución.
¿Sin prensa es posible la democracia? Puede convertirse en una pregunta insidiosa: sin periodismo seguro que no es posible. Ciertamente, no se puede concebir la existencia de sociedad digna de este nombre sin informaciones fiables, debidamente comprobadas; como no se pueden concebir sociedades democráticas sin un importante grado de transparencia y de libertad de acceso a las informaciones de interés público por parte de los ciudadanos. La diferencia es que no sabemos cómo se producirán estos procesos después de esta crisis y tampoco sabemos cómo serán y se financiarán las organizaciones y los profesionales dedicados a realizar esta labor.
Vivirá el periodismo y vivirán los periodistas. Quizás serán menos que ahora, momentáneamente, pero volverán a ser muchos más en el futuro, hasta alcanzar potencialmente a todos los ciudadanos con derechos activos y pasivos a gozar de la libertad de expresión. No periodistas atenidos ?a sueldos y voluntades ajenas?, como decía Fígaro en su artículo ?Un periódico nuevo?, sino periodistas independientes y autosuficientes cada uno de ellos, tal como se imaginaron en los tiempos iniciales y tal como deberán ser de nuevo en su futura mutación. O tal como se veía Mariano José de Larra a sí mismo. Sólo y nada más que ?periodista por mí y ante mí?, que es la mejor definición de un bloguero.
(Este texto es la séptima y última entrega que publico en el blog del artículo que aparece en el actual número de julio-agosto de la revista Claves de la Razón Práctica. Se trata de la adaptación de la conferencia pronunciada en Ávila. el 25 de mayo de 2009, dentro del ciclo ?Los medios de comunicación al servicio del siglo XXI?, con motivo de los actos del bicentenario de Mariano José de Larra).