
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
Muchos cabos sueltos quedan del largo viaje de Obama desde Londres hasta Bagdad, pasando por Estrasburgo, Baden-Baden, Praga, Ankara e Istambul. Algunos lectores pueden considerar excesivo el tratamiento que le han dado los medios, incluyendo este blog. Pero si atendemos a los hechos, este periplo obamiano es el momento crucial en que la política exterior norteamericana empieza a realizar un giro histórico. Si además tenemos en cuenta que el territorio de las relaciones exteriores de cualquier país es el que más cerca está del nivel tectónico donde se organizan las dimensiones e intereses más permanentes, concluiremos que este viaje, en el que, de otra parte, se ha movilizado el mundo político global en una medida nada frecuente, requería la máxima atención y dedicación de periodistas y analistas.
El momento en que la nueva Casa Blanca ha empezado a desplegar las alas de su política exterior es especialmente grave y trascendente. Hay una recesión global de alcance todavía desconocido. Las instituciones internacionales disponibles pertenecen a otra época y otra mentalidad. Están esas dos guerras en marcha, cada una en fase distinta, pero de peligrosidad bien cierta. Varias amenazas de proliferación nuclear demandan actuaciones urgentes y concertadas de la comunidad internacional. Algunas potencias emergentes, sobre todo las menos propensas a la liberalización democrática, oscilan entre el desafío y la cooperación. Y el conflicto de Oriente Próximo incuba, como ningún otro, el veneno de las guerras futuras y de enfrentamientos sin control, en un momento de acumulación de debilidades y divisiones en los dos campos.
A todo esto, sólo una victoria es cierta: Estados Unidos ha recuperado en pocos meses una gran parte del caudal y de la imagen surgidas de su revolución y de su independencia, que convirtieron al gran país americano en ejemplo y faro del mundo progresista durante todo el siglo XIX y gran parte del XX. Es una victoria frágil y todavía provisional. Basada además en los aspectos más superficiales de la comunicación política. La obamanía, ese culto naïf a la personalidad mediática del presidente, es la expresión de este reviramiento tan interesante del antiamericanismo. La actitud de Fidel Castro ante la Casa Blanca de Obama es el mejor ejemplo de sus efectos: afecta incluso al antiamericanismo más visceral y profesionalizado.
El reto al que ahora se enfrenta la política exterior norteamericana es convertir este sentimiento algo pueril y escasamente ideológico en actitudes más conscientes y políticas. Se trataría de proporcionar fondo e ideas a esta nueva disposición amistosa ante lo americano que está expandiéndose en todo el mundo en la estela de Obama, hasta convertirla en un nuevo americanismo, progresista y de izquierdas, que se traduzca en hechos y en solidaridades. No es un paso ni obvio ni fácil. Principalmente en la conservadora Europa, dispuesta siempre a las grandes efusiones culturales y sentimentales, pero poco propensa al compromiso.
Durante todo el viaje de Obama, Europa ha demostrado, de forma discreta pero inconfundible, una muy limitada disposición a actuar de verdad como el gran socio trasatlántico: en la recuperación de la economía, en la guerra de Afganistán, las relaciones con Rusia o el desarme nuclear. Esto se ha visto en la propensión europea a la desunión, precisamente en el momento en que la mejor aportación europea a cualquiera de los capítulos críticos hubiera sido la existencia de una posición europea común y fuerte. Pero también en las dificultades para alcanzar compromisos en los capítulos en los que Estados Unidos más lo necesita, como ejemplifican muy bien los nuevos planes para la guerra de Afganistán, vista desde Europa como una guerra americana más, a pesar de la admoniciones de Obama acerca del peligro que representa Al Qaeda para los europeos. De lo que se concluye que, a la vista de cómo están girando las cosas, los europeos deberíamos decirnos a nosotros mismos: menos obamanía, más unión política europea y sobre todo más compromiso europeo en la defensa de todos.