
Eder. Óleo de Irene Gracia
Lluís Bassets
La semana europea de Obama no podía arrancar mejor. La eficacia de las grandes maquinarias diplomáticas es arrolladora cuando trabajan bajo presión, con instrucciones y objetivos claros, y además acompañadas por la imagen de líderes capaces de comunicar bien y que funcionan como auténticas marcas comerciales. La cosecha del primer día de la marca Obama en Londres, el miércoles, fue muy buena, sobresaliente incluso: nuevo clima en las relaciones con Rusia, serio compromiso con China; por no hablar de todo el glamour y los rendimientos icónicos en la visita de la pareja presidencial a los Windsor y la cena luego en Buckingham. Habrá que escribir y discutir en detalle de todo ello.
La segunda jornada, ayer jueves, no pudo ser mejor. Los liderazgos se construyen sobre alianzas y concesiones: Obama ha hecho triunfar a Gordon Brown, Sarkozy y Merkel de una tacada. Los mandatarios francés y alemán se vieron obligados a representar una pugna para poder solicitar luego el aplauso de sus respectivos públicos: poco que objetar, todos lo hacen. Su actuación, legítima, es la respuesta a la ausencia de Europa y sus instituciones, esa gran protagonista que prefiere sestear o quizás morirse de aburrimiento cuando es la hora del protagonismo. El eje franco-alemán hace años que ha dejado prácticamente de funcionar como tracción europea, y por eso a falta de una locomotora europea ahora actúa como un mero sustitutivo provisional y para un apuro. Improvisan un acuerdo táctico, para salir mejor en la foto, a falta del acuerdo estratégico que haría resucitar a la bella durmiente europea.
Pero vamos al fondo. Sarkozy ha sido quien más leña ha echado a esta caldera. Tiene un patio interior muy revuelto, que le obliga a presentarse como el apóstol de la moralización del capitalismo. La actitud del presidente francés tiene mucho de cómico: nadie en la derecha europea ha jugado más a fondo a las ideas que han quedado derrotadas con esta crisis. Cuando llegó a la presidencia era el más neoliberal, el más neocon, y el más próximo al capitalismo desregulado norteamericano. Buena parte de las reformas que prometía tenían como objetivo hacer en Francia lo que la señora Thatcher y Reagan habían hecho en sus respectivos países hace más de veinte años. Pero no había contado con Obama y menos todavía con la recesión; en resumen, con el final de la era neoconservadora.
Su gran oportunidad se la ha dado la feliz coincidencia entre la presidencia francesa de la UE y los meses de agonía final de la presidencia de Bush, con un angustiante vacío de poder internacional. Sarkozy se apuntó en seguida a la refundación del capitalismo. Soñando en un Bretton Woods liderado por él mismo, consiguió de Bush la convocatoria de la cumbre del G20 en Washington, en la que se pusieron las bases de lo que se ha hecho ahora en Londres. El desvanecimiento europeo de la escena internacional tiene muchas responsabilidades: las tiene por ejemplo la República Chequia, que ahora preside la UE con esos gobernantes tan peculiares y poco fiables; también la Comisión Europea de Durao Barroso, con su vocación tan poco política y tan funcionarial; pero también Sarkozy, que reaccionó ante la crisis utilizando la presidencia europea no para servir a Europa sino para servirse a sí mismo, con la coartada del servicio a Francia.
A la señora Merkel, tan encrespada a veces con Sarkozy, le ha servido ahora su alianza con el francés como escudo ante sus problemas interiores. Para eludir el compromiso de unos mayores planes contra la crisis que le procuraban dificultades en su partido, ha preferido hacer oír su voz y apuntarse el tanto en esta reedición momentánea del eje franco-alemán. Regresa a casa triunfante y sin haber comprometido nada de lo que pueda dividir a su coalición o situarla en dificultades ante las elecciones generales que tiene a la vuelta de las vacaciones de verano.
Dicho todo esto, que es el pequeño detalle conspirativo sobre el que funciona la política, esta cumbre pasará a la historia como un momento especial y quizás importante en la salida de la gran recesión iniciada en 2008. Una sola frase lo dice todo, además de las numerosas decisiones y líneas de trabajo abiertas: ?La era del secreto bancario ha terminado?. Todos los que han participado en la elaboración de este comunicado pueden sentirse satisfechos. Los ciudadanos debemos tomar nota y seguir atentamente la aplicación de estos acuerdos. Vamos a ver qué sucede con los paraísos fiscales y los agujeros negros de las finanzas internacionales. Las razones para el escepticismo son muchas y poderosas. Pero de momento, hay que tomarles la palabra y exigirles que apliquen las conclusiones de Londres lo antes posible.