Julio Ortega
¿No es éste magnífico Palacio de la Magdalena, en Santander, el lugar donde España deja de ser un énfasis de la opinión y se convierte en una pregunta reiterada con la urgencia de nuevas respuestas que pregunten mejor?
¿Será la Universidad Internacional Menéndez Pelayo la puesta al día de la voluntad inquisitiva de Don Marcelino, rico en erudición enciclopédica, cuyo proyecto fue una biblioteca de la diferencia heterodoxa?
Su Horacio en España lo he leído, más bien, como un Horacio en español universal. Su extravagante enjuiciamiento de la poesía hispanoamericana, en sus antologías distraídas, le hizo decir que en Chile, dada la aridez del medio, no podía haber buenos poetas, lo que demuestra los límites de su lenguaje. Y sin embargo, recuperó a Blanco White, ese Horacio de España y las Américas. Blanco White, el precursor, y Andrés Bello, el fundador, andaban buscando, desde Londres, un príncipe desocupado que gobernara en América para hacer la primera gran transición.Como diremos mañana, en la UIMP, convocados por la Fundación Instituto de Cultura del Sur, nos hicimos las preguntas que la transición española a la democracia dejó sin responder. Dedicado a Juan Luis Cebrián, en reconocimiento de su puesta en claro del diálogo como asignatura española, este coloquio sobre “El futuro de la transición” tuvo, felizmente, más interrogaciones que resoluciones. Y si algo quedó claro es que la biografía intelectual de la transición española a la democracia, varias veces ensayada, todavía requiere de distancia, y como casi todo en España, de mejor memoria y más reconciliación.No hubo buenos y malos en la transición, que fue negociada por los hijos de los vencedores y de los vencidos, a nombre de una democracia compartible, concluyó Cebrián. Y Felipe González adelantó que estos treinta años de transiciones han sido los mejores de tres siglos de vida, en español, casi siempre irreconciliable.
Pero la transición española ¿no es también una etapa del mismo idioma español, que transitó desde su larga tradición autoritaria a una más horizontal comunicación? Las revistas, los medios de prensa independientes, los intelectuales capaces de hacer la crítica del lenguaje para aliviarlo de su pesadumbre oscurantista, ¿no propiciaron también el laborioso parto civil del tú?
¿Hemos hecho camino al dialogar? ¿ Es, por fin, el tú la confirmación del yo?
Por lo demás, ¿no le falta al español recorrer serios tramos pendientes? El machismo, el racismo, la xenofobia, esas plagas que devoran hoy mismo el lenguaje, ¿no nos retrotraen a la jungla preverbal donde, como se sabe, los demás primates mayores son menos violentos que nosotros?
Dijo el Dr. Johnson que “el patriosmo es el último refugio del bribón”. Pero, ¿hay que sorprenderse de que el regionalismo ultramontano requiera negar, para afirmarse, la humanidad de los otros, de los que son diferentes por culpa de la más superficial información biológica, la pigmentación de la piel? El espejo del otro negado, ¿no descubre, acaso, monstruos?
Nos preguntábamos con José María Ridao por la necesidad de las preguntas que tendrán futuro. Porque la negociación es un pacto para acordar el presente pero la interrogación mutua es un trabajo por la futuridad, por la calidad de futuro que puede abrir el lenguaje español cuando no se calla (es, felizmente, el lenguaje en el cual es más dificil callar). Pero, ¿no hace falta bajar un poco la voz y esperar que el otro termine de preguntar? ¿No es acaso necesario devolver la palabra, esperar turno, favorecer los relevos? Y sí, siempre afirmar, aunque sea dificil, afirmar.
Es inolvidable el momento en que Orwell en su libro sobre España dice encontrarse por primera vez con un campesino, darle la mano, y sentir, “la inmediata decencia de un campesino español.”
¿Cómo no creer que entendió que ese hombre lo reconocía como el tú que creía y en quien podía creerse?