
Eder. Óleo de Irene Gracia
Julio Ortega
De la conversación del camino he recuperado algunas "novelas orales," como dimos en llamar a las pequeñas historias que algunos escritores dejaban caer como quien no quiere la cosa.
El antipático término de "minicuento" (o también y tampoco, "microficción") hoy día nombra a todas las formas breves, con lo cual no diferencia a ninguna y sólo designa la brevedad. Para que haya un "cuento" tiene que verificarse, al menos, la infracción de un código. De otro modo se trata de poema en prosa, estampa, fábula, parábola, paradoja, anotación, aforismo, anécdota…O de lo que Juan José Arreola llamó "prosa de varia invención."
En todo caso, adelanto aquí estas anotaciones, más o menos reconstruidas por la memoria, como mínimos tributos al cuento compartido en el azar de los viajes. Como se dice en el Quijote, "en el camino de la amistad".
En San Juan de Puerto Rico, en medio de un congreso de escritores, me encontré a solas con Juan Rulfo en una mesa de café. Recordó, como si lo dictara, el episodio de su vida que transcribo. Después entendí que me había contado el origen de Pedro Páramo, donde el hijo recupera el alma al volver a su pueblo. Pero hoy creo algo más: también el lector es atado en Comala y, gracias a la lectura, salvado.
En Guadalajara, en una pausa entre sesiones de la Cátedra Julio Cortázar, hablando de la capacidad de mentira de Alberto Fujimori, Gabriel García Márquez anunció que había escrito una novela sobre el Perú, y nos la dijo de memoria, como una sentencia histórica sobre el tiranuelo y su fuga. La realidad, siempre mejor novelista, lo devolvió después a una cárcel peruana.
En Providence, en una de sus visitas a mi Universidad, Carlos Fuentes me contó la versión londinense del confinamiento clínico de Pinochet. Como Artemio Cruz, el monstruo por fin se mira en el espejo, y reconoce su banalidad.
En Albuquerque, Nuevo México, invitados por Ángel González fuimos con Juan Benet a conocer Madrid, un pueblo fantasma, antiguo recinto minero. Benet se entusiasmó con este Madrid abandonado como el set de una mala película. Su conclusión sobre la verdad autoritaria, esa mentira encarnizada, me pareció un conjuro contra el fantasma de Franco, que insiste en regresar.
En Madrid, con Javier Ruiz y Julia Castillo visité una tarde a María Zambrano, y de esa conversación en torno a las convicciones mayores (César Vallejo, José Lezama Lima) anoté la anécdota que nos contó sobre la despedida de Machado y Emilio Prados en Barcelona, días antes de la caída de la República.
Estas versiones quieren ser fieles, pero los autores no son responsables de su mera transcripción.
Juan Rulfo: Fábula mexicana
En una época de mi vida viajaba yo por los pueblos de la sierra recogiendo historias. Una noche, ya muy tarde, llegué a un pueblito perdido en la montaña. Para mi sorpresa, los pobladores me estaban aguardando. Sin decir una palabra, me rodearon y me llevaron al centro de la plaza. Me ataron al tronco de un árbol y, en silencio, se marcharon. A la mañana, muy temprano, regresaron. El que parecía autoridad, me dijo: "Cuando te vimos llegar nos dimos cuenta de que venías sin tu alma. Tu alma te andaba buscando. Por eso te amarramos, para que te encuentre. Ya podemos soltarte."
(San Juan, 24 de febrero, 1982)
Gabriel García Márquez: Parábola peruana
Había en Japón un niño muy astuto que de grande quería ser rico. Decidió que para conseguirlo tenía que mudarse a un país lejano, donde hacerse elegir presidente. Estudió el globo terráqueo, y descubrió el Perú. Fue elegido presidente. Se hizo poderoso y rico. Y regresó al Japón.
(Guadalajara, junio, 2003
Carlos Fuentes: Espejo chileno
Cuando el general Pinochet entró a la Clínica de Londres, el memorable dia de 1998 en que la justicia española lo reclamó a juicio, no sabia él que se trataba de un hospital de lunáticos. En el jardín interior vio a unos señores ingleses que paseaban en silencio. Se acercó a uno de ellos, y le tendió la mano:
-Soy el general Pinochet -le dijo.
El otro se la estrechó, y respondió:
-Yo también soy el general Pinochet.
(Providence, abril, 2000)
Juan Benet: Lección española
Vivir en el franquismo fue no saber nada.
Cuando la policía nos pedía confesar lo que sabemos, decíamos toda la verdad: no sabemos nada.
Quien dice en España "Yo tengo la verdad," es que forma parte de la policía.
Todos los demás dudamos.
Sólo la policía sabe.
(Albuquerque, 29 de octubre, 1977)
María Zambrano: Adioses de Barcelona
Mientras esperaba ser trasladado a Francia, Antonio Machado pasó unos días en una casa que le asignó la República en Barcelona. Allí lo visitó una mañana Emilio Prados. La pasaron conversando y, cuando se despedían en la puerta, escucharon, de pronto, el canto de un pájaro en el árbol de la calle. Los dos quedaron absortos, mirando al árbol. Hasta que Machado le dijo a Emilio:
-No se lo cuente Ud. a nadie. Nos acusarían de trotskistas.
Se despidieron para siempre, con una sonrisa.
(Madrid, primavera de 1982)
NB. Algunos lectores me exigen las fuentes bibliográficas de las versiones sobre soñar en Berlín con que inauguré estas conversaciones. Tendría que haber sugerido las varias atribuciones de autoría, para sumarlos con mejor humor. Agradezco tambien a quienes prometen enviarme su pedazo del muro.