Julio Ortega
Liliana Lukin (Buenos Aires,1951). Ensayo sobre la piel.
Ediciones Activo Puente, Buenos Aires, 2018.
Liliana Lukin ha hecho del activismo literario un campo cultural femenino, como Malú Urreola en Chile, Gloria Posada en Colombia, y Rocío Cerón en México. Nos ha persuadido de que las poetas ejercen sobre el lenguaje una indagación crítica y una demanda de certidumbre que postulan nuevos protocolos; los cuales, a su vez, desencadenan una libertad sin retorno, cuya exploración y riesgo nos enseña a leer más. La voz que da voces viene de lejos, y produce cada vez un nuevo hablante, libre en cada libro. Y se desdobla en autora y lector, explorando una el lugar del otro. Notable instancia de ese proceso es su libro Teatro de operaciones (2007), que declaraba su empresa:
Mi estancia aquí es la niebla,
entre el deseo y la voluntad,
es una prueba de resistencia,
un trato con la vigilia
en el que llevo las de perder.
El poema es el teatro de una vela de armas.
Desde “la luz del acontecimiento” el lenguaje es un sistema de interrogación: preguntas asombradas. El carácter proyectivo de esta empresa se hace más interno en La Ética demostrada según el orden poético (2011), donde los “Sueños” son escenas que promueven la crítica de la vida tal cual. Y en éste su Ensayo sobre la piel, la poesía ha ganado su plena libertad gracias a la suficiencia de su diseño. Esta es una poesía que más que cifrar, descifra.
Quien habla en el poema es quien lo lee.
La excepción y el drama permiten que el lenguaje se haga cargo de los padecimientos del hermano, cuya sombra persiste en las notas de pie de página. Vivencial y hermético, el poema (que nos incluye en la fraternidad de la lectura) imagina otros lectores como otro mundo. De pronto, el poema fecha la ausencia definitiva del rebelde.
Y asume el lector su lugar en el texto: el de la elocuencia del luto (¿hay otra?). Esto es, la tinta de la escritura, hecha huella. Como en la mejor poesía, la del bien morir, éste libro nos cede el don de la intimidad:
nunca sabremos ya qué había
allí, y la palabra que pudo decir,
ese pedir, fue él, fue su fugaz voluntad
manifestada: deseo de ver
a sus criaturas y deseos de ser criatura.