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La luz de la atención

Por 17 de agosto de 2018 Sin comentarios

Julio Ortega

 

 

Los dos años que viví en Barcelona (1971-73) no fueron los mejores para la lengua española. Una mañana leí en el diario una noticia sobre la guerra de Vietnam que empezaba así: "El presidente Nixon dijo, y no hay por qué dudar de sus intenciones,que busca la paz". El editor introducía esa advertencia contra la duda metódica. La censura en el cine no era menos disparatada. Tal vez fue una leyenda urbana,pero se decía que en su afán por evitar el sexo, un censor había convertido a la pareja en hermanos, no sin entusiasmo. Y en la editorial Barral, el censor nos devolvía los manuscritos intervenidos con saña. Vi uno tachado frase tras frase. Hubiese bastado una sentencia: Censurado. Lamento no haber guardado ese monumento fúnebre de la lengua española. Y son bien conocidas las negociaciones de los editores con la censura. A Vargas Llosa le reprocharon llamar a un general "ballena" cuando podía llamarlo "cachalote." El éxito de la nueva novela latinoamericana se debió a los espacios que propició fervorosamente.

En cambio, vivimos hoy las agonías del español nuestro de cada día. El autoritarismo patriarcal y regional, en primer lugar, que corrompe el diálogo y degrada a los hablantes. La violencia de género, el racismo y la xenofobia, demuestran que el lenguaje agoniza. No es suficiente para acoger, tender puentes, albergar. El sufrimiento de los migrantes venezolanos, acusados y asaltados en las calles de Lima, soy testigo, es indigno; merecen nuestra protesta  y solidaridad.

La corrupción es la madre de todas estas derrotas de nuestra lengua herida. No estoy predicando el fin del mundo en español, aunque mundo sea lo opuesto a inmundo. Pero no es la primera vez que el español padece una peste ideológica. Nuestros grandes liberales sufrieron prisión, se confiscaron sus bibliotecas, y fueron miserablemente humillados.

Hoy resultan repugnantes los consejos de "La perfecta casada," inculcados por médicos y curas. No hay que olvidarlos, pueden volver actualizados: "Es un imperdonable error la negación al esposo del débito conyugal" (1946). "Trata de cocinar bien. Los buenos maridos tienen fama de buen apetito" (1949). "El organismo de las mujeres está dispuesto al servicio de una matriz; el del hombre para el servicio de un cerebro" (1962)." Cuando pedimos café queremos que se nos sirva café-café" (1963). "Al hombre le gusta sentirse siempre superior a la mujer que ha elegido como compañera" (1957). Excusen tamaña vulgaridad, pero es el español que se mamaba en la leche.

No olvidemos que la nuestra es una de las pocas lenguas modernas que no conoció los ciclos de la Reforma; más bien, se forjó en la Contrarreforma. No en vano, para escribir en español Garcilaso partió del italiano; Góngora, del latín; Cervantes, del erasmismo; Sor Juana, de la lógica; el Inca Garcilaso, del humanismo…Y Darío del francés; Vallejo, de la vanguardia; Borges, del inglés. Cuando don Quijote visita a su madre, la Imprenta, lee un letrero: "Aquí se imprimen libros." Aquí, está demás; se imprimen, está demás; y libros, otro tanto. La ironía cervantina nos libera del español redundante, literal, municipal y espeso. Nos debemos, contra la violencia actual, un español de los afectos, del diálogo fecundo, de la inteligencia de la inclusión. 

 

La ética se define hoy por el lugar que tiene el otro en ti.


A los latinoamericanos nos corresponde ahora devolverles la luz de la atención, que dijo el gran poeta venezolano Rafael Cadenas, a los escritores españoles que disputan, contra la corrupción burocratizada, madre aquí y allá de tantas mentiras, espacios de libertad mutua. Resulta obsceno que nadie reseñe los mejores libros, dé noticia de las nuevas voces, reste y no sume el pan de la lectura. Es de justicia poética que Luis Goytisolo (junto a sus hermanos Juan y José Agustín, de los primeros y mejores lectores e interlocutores nuestros) haya recibido este año el premio Carlos Fuentes, que otorga el gobierno de México. Recuerdo bien a Luis en Barcelona, leyendo con asombro y gusto a Cortázar. Y a Joaquín Marco, publicando la mejor poesía latinoamericana, junto a José Agustín, en OCNOS, para siempre precursora.  Nunca es tarde para devolverles la palabra. 
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Julio Ortega

Julio Ortega, Perú, 1942. Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, en Lima,  y publicar su primer libro de crítica,  La contemplación y la fiesta (1968), dedicado al "boom" de la novela latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona (1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del Departamento de Estudios Hispánico y actualmente es director del Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadajara, México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de Madrid/Fundación Santillana). Dirije las series Aula Atlántica en el Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert.  Ha obtenido los premios Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha dicho Octavio Paz:"Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor generoso."

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