
Eder. Óleo de Irene Gracia
Julio Ortega
Cada escritor ha tenido una propuesta distinta. Y me temo que el Boom se confunde ya con la misma novela latinoamericana de las décadas del 60 y 70. Trabajando en la idea del canon en Carlos Fuentes descubrí que había ensayado, casi deportivamente, varios y distintos ordenamientos, tanto en sus artículos como en sus libros. Con su ayuda, he organizado algunos coloquios internacionales sobre la nueva narrativa hispanoamericana, y siempre hemos incluido nuevas voces y escritores españoles. Me doy cuenta de que Fuentes cotejaba perspectivas de lectura en esas sumas parciales, quizá como una rebeldía anticanónica, que yo, por mi lado, había definido como una “poética del cambio” y como un “arte de innovar.” Sospecho que a Carlos no le gustaba el término Boom, más bien comercial y periodístico, que hoy los jóvenes han convertido en un parque temático. Fuentes prefería hablar de "Nueva novela latinoamericana," lo que es menos superficial y más inclusivo.
En todo caso, en el canon de “la nueva novela latinoamericana” yo entiendo que habría que incluir a José Donoso, Guillermo Cabrera Infante, Jorge Edwards, Manuel Puig, Luis Rafael Sánchez, Adriano Gonzalez León, entre otros.
También se ha hablado de un post-boom, que estaba integrado por Fernando del Paso, Tomás Eloy Martínez, Salvador Garmendia, Nélida Piñón, Severo Sarduy, Alfredo Bryce Echenique, Luisa Valenzuela, Sergio Ramírez, José Balza, Ricardo Piglia, Juan José Saer, Antonio Skármeta, José Emilio Pacheco, entre varios más.
¿Quiénes son los maestros de este grupo de narradores? ¿A quiénes reconocen ellos como sus antecesores?
Fuentes escribió hace 50 años un artículo sobre los maestros de la nueva novela: Miguel Angel Asturias, Alejo Carpentier, Juan Rulfo y Julio Cortázar. Cortázar le agradeció el ensayo pero le dijo que no se sentía cómodo al lado de Carpentier, que era un escritor que se acostaba con las palabras mientras que él se peleaba con ellas. Sin embargo, Cortázar después reconocería en José Lezama Lima, un escritor gozosamente barroco, a uno de los grandes maestros. Onetti es también de los renovadores. Y la lección de Rulfo es para siempre. Pero es indudable que Borges fue la gravitación mayor, la impronta indeleble. Por cierto, Borges fue el primero en descreer del valor del Boom. Tal vez porque no creía en la novela misma. Yo una vez le pregunté si sabía de una novela llamada Cien años de soledad. “Sí, respondió, me dicen que es una novela que dura cien años.”
¿Qué ha significado el Boom para la literatura hispanoamericana?, ¿Qué representó frente a España, y qué significó para los escritores españoles?
Mi tesis es que, por primera vez, la novela fue el discurso en el que los latinoamericanos nos reconocimos como tales. Carlos Fuentes fue el primero en proponerlo, y García Márquez el primero en celebrarlo. Vargas Llosa nos recordó que ese autoreconocimiento podía ser también trágico, como habian adelantado Rulfo y José María Arguedas. Nuestra nueva ciudadanía, la de latinoamericanos, hijos de la imprenta y la escritura, nos la dio la nueva novela hispanoamericana. Antes, la buscábamos en la parte indígena, en la supuesta síntesis del mestizaje, en los partidos políticos, en la idea de la Revolución, en las promesas del programa Moderno. Algunos, sin poner a prueba su competencia, la encontraron en el Estado y sus privilegios. De allí la demanda de libertad de estas grandes novelas. Nos forjaron como lectores plenos, capaces de reconocer nuestra mutua humanidad en la libertad de la lectura creativa, esa básica civilidad de la gente del libro. Penosamente, hoy vivimos un exceso de violencia, en todas sus formas, y ese horizonte cotidiano gravita sobre el lenguaje, que se ha deshumanizado, tanto en las redes sociales como en el periodismo y en la esfera pública, de modo que las palabras están recargadas de resentimiento, virulencia y mala fe. Ese canibalismo verbal (basta leer los comentarios de los lectores en los diarios y blogs) revela una patología social contaminada por la matanza del narcotráfico y la impunidad de la corrupción. Nos hemos convertido en contemporáneos de los asesinos.
En cuanto a los escritores españoles, Fuentes incluyó a Juan Goytisolo en su manifiesto La nueva novela hispanoamericana (1968). Manuel Vásquez Montalván y Juan Marsé fueron inspirados por esta narrativa. Luis Goytisolo cultivaba especialmente a Julio Cortázar. Juan Goytisolo prefería a Carlos Fuentes. Antonio Muñoz Molina siempre prefirió a Onetti. Julián Ríos estaba más cerca de Fuentes y Cabrera Infante. Borges es la gravitación más interna de la nueva novela española. También hubo un momento en que los escritores españoles tuvieron que sacudirse de estos modelos y, hartos del Boom, buscaron otros en la narrativa anglosajona. Una vez, puse en apuros a Juan Benet obligándolo a hablar de Cortázar.
Pero tampoco hay que olvidar la producción histórica del Boom. Sus principales forjadores fueron el crítico uruguayo Emir Rodríguez Monegal en Mundo Nuevo (París); el mayor periodista literario y primer cronista, Tomás Eloy Martínez en Primera Plana (Buenos Aires); así como los críticos españoles Rafael Conte (El País) y Joaquin Marco (La Vanguardia). Fueron decisivos algunos editores, como Carlos Barral, Francisco Porrúa y Joaquín Diez Canedo. Y, sin duda, la Agencia Literaria de Carmen Balcells que fue, más que una agencia, la capital del Boom.
También es bueno recordar que la difusión de esta narrativa se origina, por un lado, en el gran desarrollo capitalista de las comunicaciones y, por otro, en la dinámica socialista de la Revolución Cubana y sus promesas tempranas.
¿Cuál es realmente la novela que detonó el Boom latinoamericano? Vargas Llosa señaló en su discurso de recepción del Premio Internacional Carlos Fuentes que la primera novela del Boom es La región más transparente (1958).
La observación de Mario demuestra que el Boom tiene historia y que hoy podemos proponer su genealogía más imparcialmente, libres (gracias también a la novela) de la enemistad de la política y la mediocridad de los valores impuestos por el mercado. Hay consenso en que la nueva narrativa hispanoamericana adquiere validez internacional cuando en 1961 Borges compartió el Premio Formentor con Samuel Beckett. Fuentes decía que el Boom empezó cuando llamó a José Donoso desde Nueva York para decirle que una de sus novelas se iba a traducir al inglés. Pepe enmudeció y se escuchó ¡búm!. Tomó el fono Pilar y le dijo: Pepe se ha desmayado, ¿qué noticia le diste? Alli nació todo, decía Carlos, cuando Donoso no pudo creer que estaría en inglés y cayó redondo. Pero no hay que olvidar a las escritoras: Silvina Ocampo, Elena Garro, Rosario Castellanos, Clarice Lispector, Julieta Campos, Inés Arredondo, Elena Poniatowska, Luisa Valenzuela, Margo Glantz, Victoria de Stefano, Rosario Ferré, Diamela Eltit…Ellas han hecho de la novela no sólo una trama afectiva sino un espacio de la subjetividad, cuyo centro es el cuerpo vulnerable y sancionado. Ese poder indagatorio no es menos universal que el brío inventivo y la fuerza crítica de las grandes obras del Boom.
(Respuestas a un cuestionario de Yanet Aguilar Sosa, El Universal, México)