Jorge Volpi
El Demonio se ha convertido en un Monstruo Amable. Y ubicuo: gobierna en todas partes. No sólo en un Estado cada vez vas frágil y en un orden financiero cuyo poder excede al de cualquier gobernante, sino —lo que es peor— en la mayor parte de nuestras conductas, nuestras aspiraciones, nuestros gustos. El cambio ha sido tan sigiloso como profundo: aquí y allá el único discurso que se escucha —que se admite— es el del individualismo a ultranza, el bienestar individual, el narcisismo exacerbado. Un modelo de consumo que ha resultado mucho más influyente que el achacoso fantasma de la revolución.
Tras casi un siglo en el cual los valores de la izquierda lograron imponerse —de 1870 a 1968, digamos—, hoy ésta se halla exhausta, sobrepasada en todas las esferas por la derecha en cualquiera de sus versiones, de la más autoritaria a la más liberal. Términos como “lucha de clases” u “hombre nuevo” o propuestas como la de una sociedad igualitaria se han extinguido en nuestro imaginario, sustituidos por conceptos omnipresentes como libertad personal o la preeminencia del interés privado sobre el público. El estrepitoso paso del welfare al wellbeing.
Al menos estas son las conclusiones de Raffaele Simone en su reciente El monstruo amable. ¿El mundo se vuelve de derechas? (Taurus, 2011), cuyo título en italiano lo dice desde el punto de vista contrario: Por qué Occidente no va hacia la izquierda. Y, si bien algunas de las ideas del lingüista no parecen particularmente originales, parece acertar en su diagnóstico: todas las Grandes Ideas que persiguió la izquierda histórica, sea en sus vertientes comunistas o socialdemócratas, hoy suenan caducas cuando no impertinentes.
El descrédito producido por el derrumbe del imperio soviético arrastró al fango a toda la izquierda, sin que los partidos y dirigentes socialistas hayan sabido cómo remontar la catástrofe. Muchos de sus cuadros terminaron por incorporarse a la “tercera vía” proclamada por Anthony Giddens o al nuevo “centroizquierda”, aun cuando ambos de izquierda no guarden ya casi más que el nombre.
En todo el planeta —con la sola excepción de Corea del Norte, pues incluso Cuba experimenta incipientes señales de transformación— prevalece el mismo modelo económico y, lo que resulta más preocupante, el mismo modelo cultural de derecha: un escenario en el que los ciudadanos, transformados en clientes o en espectadores, no aspiran más que al consumo propio de la burguesía, al entretenimiento y al bienestar individual.
El triunfo de uno de los bandos ha sido tan apabullante que, para paliar el desánimo, muchos afirman que simplemente los postulados de la derecha y de la izquierda se han acercado. Simone no comparte esta visión. Para él, existen cinco puntos claros que diferencian —o al menos diferenciaban— a la izquierda de la derecha: 1. Frente al postulado que defiende la superioridad (“yo soy único, tú no eres nadie”), la izquierda ofrece la igualdad; 2. frente al postulado de propiedad (“esto es mío y nadie lo toca”), la redistribución; 3. frente al postulado de libertad (“yo hago lo que quiero y como quiero”), el interés público; 4. frente al postulado de no injerencia (“no te inmiscuyas en mis asuntos”), el derecho de injerencia por el interés general; y 5. frente a la superioridad de lo privado sobre lo público (“hago lo que me da la gana con las cosas de todos”), la natural primacía de lo segundo.
No deja de llamar la atención que la derechización del planeta sea tan evidente incluso hoy, cuando a partir de la crisis de 2008 tanto se ha hablado de la decadencia del modelo neoliberal y el regreso al Estado. Pero lo cierto es que, en casi todas partes, la izquierda se muestra resignada a gobernar tras el agotamiento de algún régimen de derecha (lo que muy probablemente ocurrirá en Francia este año), pero sin que ello conlleve una verdadera transformación del modelo económico y cultural vigente.
México no es ajeno a este proceso: el Monstruo Amable lleva gobernando al país ininterrumpidamente desde los años ochenta del siglo pasado, sea en su vertiente priista o panista: la distancia entre ambos, muy acusada cuando el PAN en la oposición era un defensor acérrimo de la legalidad y los derechos humanos, se han diluido cada vez más, y hoy día sus programas no se distinguen en absoluto (más que en la enemistad de sus seguidores).
Que en todas las encuestas los candidatos del PRI y el PAN se hallen a la cabeza —con más del 60% de los votos en conjunto—, prueba la vigencia de este análisis, a lo cual habría que añadir que, para colmo, en lo que se refiere a derechos individuales y de las minorías, el candidato “de las izquierdas” apenas se separa de sus adversarios. Malos tiempos, pues, para la izquierda, sobre todo cuando sus auténticos valores —la igualdad, la solidaridad, la redistribución, la primacía de lo público— se requieren más que nunca en un escenario tan caótico, en términos económicos y de seguridad pública, como el que actualmente vivimos.
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