Joana Bonet
En Madrid sabes que ha llegado el frío cuando las mujeres de Serrano sacan el abrigo de visón una mañana de sábado. Los ves de lejos, pero hueles la naftalina e incluso sientes el tacto del plástico que protege su brillo mórbido e informa acerca de la excepcionalidad de su pelo, que tanto enfurece a los ecologistas (y de cuya manufactura se leen relatos verdaderamente cruentos, empezando por los 60 visones necesarios para confeccionar un modelo). Un aguijón anacrónico te atraviesa ante el desfile de esos buenos abrigos que florecieron en la España del pelotazo, la misma que se enjoyaba como los faraones en sus sarcófagos, aunque siempre haya sido de dudoso gusto ponerse el juego de pendientes, collar y pulsera completo, tanto como lucir diamantes antes de los cuarenta.
El lujo añejo del visón mullido es rancio e incluso ridículo: son parduzcos, a menudo bicolores, no como los de la Benarroch, que llevan el pelo por dentro, igual que si fuera un secreto ?en aquellos inviernos socialistas los lucía la gauche de la bodeguilla, que se descocaba en Lucio con música de Julio Iglesias?. Hoy las pieles chocan estrepitosamente con la funcionalidad estética poscrisis. Algo parecido a lo que los anglosajones denominan overdressed: vestirse demasiado cuando tocaba ir informal, con capucha, plumón o parka. Pero, con todo, el acto de sacar el abrigo más caliente del armario da fe de un tiempo en el que los inviernos eran más largos y rigurosos. Cuando el frío de la infancia se representaba con una ráfaga de viento cortante que abría de golpe la ventana y nos apretaba dentro de las sábanas heladas.
Hoy el frío, como el lujo, se ha desjerarquizado. En Navidad algunos llevaban manga corta, y ahora, a punto de descorchar la primavera, ya con las coreografías de los pájaros migrantes pintando el cielo, la nieve cae y los chicos la graban a cámara lenta, como en el cuento de Joyce. Las estaciones se alargan y el invierno tardío retrasa la venta de las nuevas colecciones. La atemporalidad se ha instalado en los ciclos del mercado, de la misma forma que la simplicidad ennoblecida por los buenos tejidos marca tendencia. Se impone una estética nórdica, limpia, sin cascabeles. Nos hemos ido quitando capas; ?de cebolla no, de alcachofa?, me dice mi amiga Silvia. En cuanto al lujo, su acepción contemporánea va más allá de la etiqueta y del valor para marcar la diferencia, porque la distinción se alcanza hoy con la experiencia. La ostentación se ha reconvertido en lujo efímero, transitorio: el que se ha quitado oro de encima, el que no tiene miedo ni tiempo a envejecer. Lo contrario al de esas señoras de Serrano, que en el Madrid de Carmena se ponen el visón y diez años encima.
(La Vanguardia)