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Fichados

Por 20 de marzo de 2013 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Esa mueca de fastidio cuando te piden el DNI. Para entrar en un edificio corporativo, para subir a un avión, para matricularte en un curso de chino, para certificar que eres quien dices ser, incluso aquellos días en que te habita la urgencia de querer ser otra. A menudo revisan tus datos con parsimonia. Anotan tu nombre. Dejan constancia de que estuviste allí. Te consume ese aire de superioridad de quien se siente dueño de un acceso. Pero siempre surge una voz confiada que cree que eres tú, aunque no puedas demostrarlo entre el revoltillo de tarjetas, y te anima: “¿Llevas el permiso de conducir?”. “No conduzco”, me he escuchado confesar más de una vez, seguido del intento de hacer colar una Visa con foto.
Ir documentado es un imperativo social, y más desde que la idea de secreto ha sido barrida por ese voraz Gran Hermano que incluso a Orwell le hubiese hecho parpadear. Estamos monitorizados en todas partes, y nuestras huellas dactilares archivadas en los ordenadores de la policía de Nueva York o Alcorcón. El ciberespacio nos chequea a cada instante: cuando accedemos a una página, aceptamos una cookie, descargamos una aplicación o escribimos la palabra cazuela en un correo. Le ocurrió el otro día a una amiga. Al minuto de haber tecleado el nombre de ese utensilio, le anunciaron en Facebook una atractiva oferta de inoxidables.
Según Unicef, mientras el 98% de la población tiene certificado de nacimiento en los países ricos, el 40% de los niños del tercer mundo no han sido inscritos al nacer. Pobreza equivale a indocumentación. A desamparo, sin nombre ni número para defenderse en un pleito o reclamar un trozo de tierra. Según escribe Charles Kenny en Foreign Policy, las técnicas de identificación biométrica se multiplican, desde el escáner del iris hasta la cartografía de la lengua o las ondas cerebrales. A fin de luchar contra impostores y evasores, la tecnología se ha sofisticado hasta el extremo de que imaginas, en algún lugar del mundo, una pantalla con un retrato robot que no representa a nadie más que a ti. La paranoia social en un sociedad hipervigilada, dispuesta a conocer tus aficiones y manías para venderte lo que aún no sabes que necesitas, causa estragos.
El siglo XXI será el de la muerte de los secretos. Todo es público, y lo que aún no lo es acabará por serlo. Aunque ahí están esas nuevas agencias que se ofrecen a borrar tu mala reputación de la red. Porque a pesar de estar hiperidentificados, padecemos una espasmódica crisis de identidad. ¿Quiénes? Los estados, la política, la prensa, la novela, la educación, la verdad…
El propio yo, fichado pero vagabundo.
(La Vanguardia)

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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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