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Edipo nuevamente rehabilitado

Por 20 de marzo de 2013 Sin comentarios

Eder. Óleo de Irene Gracia

Basilio Baltasar

El profesor y erudito Carlos García Gual comenta en su nuevo libro la influencia de Sófocles en nuestra cultura y nos anima a recapitular la fascinación que ha ejercido la historia de Edipo en nuestra imaginación. Su ensayo es una elocuente, reflexiva y pausada guía de las inquietudes que ha inspirado este viejo rey maldito y castigado por el furioso capricho de los dioses y una invitación a comprender la premonición de un drama todavía perturbador.
La tragedia de Sófocles que a modo de preámbulo traduce el propio García Gual permite al lector actualizar sus recuerdos, constatar la pericia con que el venerable autor modeló nuestra historia teatral y el doloroso destino impuesto por los hados al valeroso salvador de la ciudad de Tebas.
Carlos García Gual se demora generosamente en las obras y autores que han abordado, evocado o replicado con agudeza el mito y la tragedia de Edipo. La lectura que hace de Séneca, Corneille, Voltaire, von Hofmannsthal, Cocteau o Dürrenmatt nos contagia el habitual deleite con que sabe penetrar los textos clásicos y actualizar el significado y valor "de la vivaz tradición literaria suscitada por el texto de Sófocles".
Aunque la desdicha de Edipo parezca una invitación a practicar la temerosa veneración que reclaman unos dioses tiránicos, es muy probable que la puesta en escena de la obra de Sófocles, en la Atenas del siglo quinto antes de Cristo, haya contribuido a dar forma a la incipiente conciencia del hombre ofendido. Ese ciudadano prudente ante el temible poder de los dioses que dibujan a su antojo el desconocido rumbo del destino pero dispuesto ya a sospechar que no a la fuerza debe uno consentirlo.
De hecho, en la última obra de Sófocles, Edipo en Colono, que tan certeramente comenta García Gual, el viejo dramaturgo rehabilita a Edipo y le rinde el homenaje que, como chivo expiatorio de sus antepasados, ya está en condiciones de recibir. Pocas veces un mismo autor registra en su obra un desplazamiento tan claro de la conciencia cultural de su época: lo que al principio es inevitable se convierte luego en insoportable. El héroe caído en desgracia a causa de los crímenes de sus antepasados (Edipo Rey) no puede ser condenado al oprobio eterno (Edipo en Colono).
Las reflexiones de García Gual restauran la vigencia dramática de un personaje conmovedor incluso en sus defectos. El airado temple de Edipo mientras alardea en el confuso umbral de su desgraciada ignorancia, el autoritario desdén con que trata a Tiresias (justamente el oráculo ciego que lo sabe todo), hace más magnánima la ternura con que le vemos precipitarse hacia el abismo de su desdicha.
Resulta inevitable imputar a Sófocles intenciones que quizá ni le pasaron por la cabeza. ¿Puede el espectador extraer alguna enseñanza de esta tragedia? Si los hijos deben pagar -y vengar- las transgresiones de los padres ¿cómo prepararse para ello? Si a los héroes triunfantes también les llega la hora del castigo ¿cómo interpretar un destino favorable? Por más que uno indague el origen de la desdicha que se abate sobre Edipo, la causa no llega a ser muy convincente. Más bien parece que todos la han tomado con él (un padre asustadizo, una madre frívola, los amigos ultraterrenos de la Esfinge, el capricho del destino, los dioses ociosos…) ¿Qué hice yo para merecer esto? Se preguntaría el pobre y ciego Edipo en su exilio. También nosotros, espectadores de la desconcertante tragedia. ¿Acaso hizo algo malo este hombre?
Si Edipo salva a Tebas de la peste que diezma a sus sufridos habitantes y lo hace enfrentándose a la cruel esfinge, Perra Cantora, no con el brazo hercúleo del soberbio Aquiles, sino con la osada astucia de Ulises, y la espanta y ahuyenta, mediante la solución a un acertijo melifluo, podemos concluir que Edipo se ve arrastrado hacia su apoteósico final no por ser el hombre que mató a su padre y se acostó con su madre. Su desconcertante fatum parece más bien el castigo al heroico atrevimiento que tuvo con la voraz Esfinge, victoria por la cual queda más tarde a merced de las vengativas potencias del infierno…
Sorprende que en este magnificente escenario, Sófocles no considerara necesario encontrar un acertijo más pertinente. Que la desventura de Edipo comience con la derrota de la Esfinge, liberando a la ciudad de Tebas y convirtiéndose en su Rey Salvador, habría exigido un enigma a la altura de este soberbio cometido. Un acertijo que guardara una relación más solemne con la ferocidad de la Esfinge que masacraba a los tebanos y con el misterioso destino del héroe. La adivinanza que finalmente eligió Sófocles es más propia del Reader´s Digest que de la tradición literaria a la que pertenece la tragedia. ¿Qué animal camina al principio a cuatro patas, con dos a la edad adulta y con tres al envejecer?
El ensayo de García Gual, su reflexión sobre "el catastrófico descubrimiento de la verdad", es otro de los excelentes textos a los que nos tiene acostumbrados y sirve en esta ocasión para rehabilitar a Edipo, a Sófocles, a sus devotos admiradores y a una tradición literaria cuyo vigor debemos conservar entre nosotros. El meticuloso estudio de García Gual nos devuelve el gozo de la lucidez y el sentido que todavía tiene aquél temprano logro de la sabiduría trágica.

Posdata y conjetura.
Un juego de mitología especulativa.

El libro de Carlos García Gual podría haberse subtitulado mito, tragedia y complejo, pero ya nos advierte el profesor que la apropiación de Freud sólo se debe al agudo ingenio literario del médico vienés. Como todo el mundo sabe, Edipo no desea a su madre y nunca cree, hasta el momento de arrancarse los ojos, que se esté acostando con la mujer que le dio a luz. Es probable que la puesta en escena del trágico incesto haya excitado la imaginación erótica que se prohibían los espectadores, pero ni el mito referido por Homero ni la excelsa tragedia escrita por Sófocles amparan la invención de este famoso complejo.
Sí hubiera podido hablarse, en todo caso, del complejo de Yocasta, pues sigue siendo raro que ésta aristócrata mujer nunca se fijara en los pies de su amado esposo. Si hemos de creer lo que se nos cuenta en la tragedia, Yocasta yació en el lecho conyugal con Edipo sin ver en sus pies llagados la marca de su antigua herida. ¿Nunca se fijó en la cicatriz? ¿Jamás lamió los pies a su esposo? ¿No le calzó las sandalias ni anduvo tras él por el monte o en la playa?
Que Sófocles no haya querido resolver con verosimilitud este equívoco nos permite conjeturar que a lo mejor quiso insinuar algo más acuciante: quizá Yocasta lo supiera todo desde el principio y su suicidio se deba no a la verdad súbitamente revelada sino a su prolongada complicidad con el engaño finalmente descubierto. No en vano comete un desliz y a punto está de delatarse cuando, al intentar sosegar los primeros remordimientos de Edipo, dice algo en verdad extraño: "son muchos los mortales que en sus sueños se han acostado con su madre".
Estas levísimas incongruencias (que la cicatriz pase desapercibida a la amantísima esposa, que sea ella la primera en justificar el sueño erótico de un deseo incestuoso) nos permiten creer que subsisten en la tragedia de Sófocles los difusos restos de una versión más antigua del mito de Edipo.
Sería ésta supuesta historia un mito cuya comprensión fue cayendo en el olvido. Una historia ejemplar en donde se expresaban más claramente los terrores del patriarca y se manifestaba sin ambages el pánico a ser destronado por el hijo. No el hijo impaciente por tomar su herencia sino el hijo incitado a la usurpación por una madre vengativa. La revuelta de los hijos varones, instigada por una esposa harta de vejaciones, debió ser un temor muy habitual entre los reyezuelos de aquél tiempo. Quizá fuera Yocasta la que se soñaba yaciendo con su hijo después de concebirlo como instrumento de su venganza: derribar al esposo y colocar al hijo en su lugar. En el trono y en el lecho.
Lo que hay de incomprensible, e inadmisible, en el castigo desplomado sobre el inocente Edipo resulta desde esta perspectiva algo más aceptable. La causa de su desdicha en el mito de Yocasta no sería el despotismo divino ni la injusta retribución que debe pagar por el crimen de sus antepasados. Aquí la condena de Edipo se debe a que no tiene ni idea de lo que ha hecho: matar a su padre y cometer incesto con su madre. Su condena es el escarmiento que la ciudad anuncia a los que se dejen seducir, cegar, por una madre maquinadora. Por mucho que el asesino alegara ante el tribunal su inocencia (ya se sabe: "ella me hechizo con sus malas artes…"), sobre el parricidio y el incesto caía todo el peso de la ley y es probable que el castigo reservado a los enemigos de la autoridad patriarcal fuera el mismo que Edipo se infligió a sí mismo: le serían arrancados los ojos y condenado a vagar por el exilio como un mendigo.
En este inexistente mito, la Esfinge, la Perra Cantadora, la feroz devoradora de cadáveres, la despótica guardiana de enigmas, la portadora de la peste, el aliento fétido de la muerte, no sería más que la imagen de esa madre terrible y perversa que empuja al hijo hacia la perdición: la tejedora de la desgracia.

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Basilio Baltasar

Basilio Baltasar (Palma de Mallorca, 1955) es escritor y editor. Autor de Todos los días del mundo (Bitzoc, 1994), Críticas ejemplares (BB ed; Bitzoc), Pastoral iraquí (Alfaguara), El intelectual rampante (KRK), El Apocalipsis según San Goliat (KRK) y Crítica de la razón maquinal (KRK). Ha sido director editorial de Bitzoc y de Seix Barral. Fue director del periódico El día del Mundo, de la Fundación Bartolomé March y de la Fundación Santillana. Dirigió el programa de exposiciones de arte y antropología Culturas del mundo (1989-1996). Colabora con La Vanguardia y con Jot Down. Preside el jurado del Prix Formentor y es director de la Fundación Formentor.

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