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Emojilandia

Por 20 de diciembre de 2017 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

Formo parte de esa escasa minoría que no utiliza emojis para comunicarse, aunque en absoluto los desprecio. Su alcance es gigantesco, llegando a empequeñecer la hegemonía del inglés. Para algunos, vienen a representar el lenguaje corporal en la era digital: muñequitos hiperexpresivos capaces de inferir matices emocionales a la escritura precipitada, desprovista de la inflexión necesaria para interpretar algo tan básico como simpatía o antipatía. Pero, por mucho que me manden el morrito fruncido con un corazón, yo sólo me siento besada virtualmente si leo “un beso”. ¿Qué podría decir del vigoroso bíceps hinchado que, lejos de reconocimiento, suena a chanza porque los esfuerzos a los que suele referirse nada tienen que ver con el sudor? O de esa palmada con vibraciones azules que ni de lejos suplirá el goce de leer “¡bravo!”, palabra ancha y universal como pocas.
Las atropelladas relaciones sociales no sólo se apoyan, sino que se estructuran hoy a través de una pantalla de teléfono. Entre quienes me envían emojis, destacan una profesora de universidad, un médico, una señora de 76 años, un poeta, una antropóloga, un agricultor y casi todos los menores de 40 con quienes me relaciono. Hay que reconocer que algunos emoticonos contienen un campo semántico bien atractivo, como el Travolta o la flamenca, que lleva la alegría de los lunares y las castañuelas allende los mares, pero, por lo general, son una forma trivial y a la vez aséptica de comunicar emociones. Es curioso recordar su origen: según contaba Fred Benenson en la revista Slate, fueron añadidos al sistema operativo IOS 5 con la intención de que sus usuarios pudieran tener conversaciones más largas. Pero, en un efecto bumerán, se logró todo lo contrario: excusar la pereza mental que muchos sienten al buscar la palabra exacta.
Para los más papistas, su expansión es alarmante, una afrenta al lenguaje normalizado justo cuando el analfabetismo parecía casi erradicado. Ahora, termina el año y la RAE informa de que la palabra más buscada en su diccionario ha sido haber. La explicación no es existencial, sino tristemente ortográfica. A pesar de que un puñado de ridículos resistentes nos opongamos a los modernos pictogramas, algunos investigadores, como el lingüista Vyvyan Evans, nos recuerdan que el 70% de nuestras interacciones diarias tienen que ver con el lenguaje no verbal. Nos expresamos a través de gestos y señales que, lejos de ser sostenidos por la palabra, la completan. Y puede que en tiempos de posverdad esté más de­valuada que nunca, pero ahí va un dato imbatible: las caras felices representan casi la mitad del uso de emojis, mientras que los gestos tristones y enojados no ­llegan al 15%. La contrariedad sí tiene quien le escriba.
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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 ejerce de columnista de opinión en La Vanguardia.

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