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De la cárcel a la pasarela

Por 7 de octubre de 2017 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Joana Bonet

El punto de vista es la madre del cordero. Lo que define la mirada, de cerca o de lejos, esquinada o frontal, envenenada o buenista. Los entresijos del procés están siendo contados con tanta divergencia que ya nadie cree del todo lo que sucede. Lo dejó bien dicho Ortega y Gasset: “hay tantas realidades como puntos de vista. El punto de vista crea el panorama”. Con una prima que vive en la capital evocamos aquellos días en que quedábamos tan bien siendo catalanas en Madrid, aunque siempre se nos ubicara en el puente aéreo. Muchos madrileños continúan creyendo que vivo en Barcelona, cuando hace veinte años que cruzo a diario la M-30. Sin embargo los catalanes saben muy bien dónde moramos. Mi prima barrunta: “Pronto nos van a tratar aquí como a apestadas. Caeremos mal en la ciudad abierta”.
Me dirijo a una cárcel de mujeres, al Módulo 1 de Alcalá-Meco, a chupar realidad a fin de sanear el punto de vista. Huele a desinfectante; un intenso olor a nada. Me invita el diseñador Manuel Fernández –fundador del Fashion Art Institut; él diseña trajes y pintores de todo el mundo, de Manolo Valdés a Rafael Canogar o Juan Genovés, pintan las telas–, que acaba de impartir un taller junto a la Fundación Recicla Futuro, dedicada promover a la reinserción social y laboral. La moda es tan ubicua que se cuela en todas partes, incluso entre rejas, entre mujeres que cruzaron la línea roja cargando kilos de droga en un doble forro del equipaje. Una colombiana llora. “Me ha dado el bajón: me quedan tres meses para salir, después de diez años…”. Todas se adaptan, aprenden a hacer pan. Las que saben coser, hacen trajes que ríete de Galliano, gracias al buen hacer de Fernández y a la ropa donada por un buen grupo de famosas: Cayetana Guillén Cuervo, Amaia Salamanca, Pastora Vega, Loles León… Les preguntó a qué le tienen miedo: “a los partes, a que te nieguen el permiso, y sobre todo a la palabra expulsión. Todas queremos quedarnos en España”, me responde una chica de veintipocos que se ha hecho mayor muy rápido. “Nosotras somos gitanas. A los once años ya no íbamos al colegio; yo no sé hacer nada. Robaba, pero solo a los turistas. Nunca me pillaron hasta que un día vieron mi cara en un vídeo”, me cuenta Nadia, que tiene dos hijos pequeños esperándola en casa. Habitan un “pabellón de respeto” –así le llaman–, también los hay de semi-respeto, y luego están los problemáticos. Todas visten pantalones y deportivas, aquí no hay lugar para los vestidos. Forman parte de la población reclusa, que vive la realidad desde un punto de vista bien limitado. Los trajes ideados por Manuel Fernández, en colaboración del sombrerero sevillano Tolentino, exfolian la imaginación: bolsos que se trasforman en tocados, faldas convertidas en chalecos o pantalones con colas cosidas para auténticas princesas del asfalto. Al salir de Alcalá-Meco, la tarde cae despacio y calculo el espacio mental que dista entre una cárcel y una pasarela.
En París, esta semana se dio por clausurada la temporada de desfiles. El lujo cabalgó de nuevo en el Louvre o la Place Vendôme, ajeno a los problemas del mundo. Su punto de vista es indulgente y a la vez ambicioso, experiencial, un efímero pasaporte a la exclusividad. Louis Vuitton inauguró un auténtico bazar de exquisiteces, con la estatua del rey sol replicada al estilo de un becerro de oro. El desfile de Chanel se sucedió entre cascadas de agua instaladas dentro del Grand Palais. Un tropicalismo impostado, las modelos desfilando por un puente de madera y el equipo de Lagerfeld decidido a capturar la ilusión del paraíso durante media hora. El montaje, según el <em>New York Times</em>, costó cuatro millones de euros Al terminar la colección de tweeds cubiertos de plexiglás, entré a curiosear en el backstage donde habilitaron un saloncito con butacas para que Karl saludara a sus invitados más célebres. El káiser de la moda entra cada temporada en Rolls-Royce dentro del palacio, a las ocho de la mañana. Cindy Crawford –que ahora va de madre de artista, junto a su hija Kaia Gerber– e Ines de la Fressange eran las más jóvenes del grupo. Karl hablaba de su amiga Madame Macron, tan juvenil como él, siempre vestida con cremalleras y faldas cortas. Al saludarlo, exclamó: “Oh là, là, les élections en Catalogne!” agitando las manos igual que un director de orquesta. Diego Della Valle, el mandamás de Tod’s, por el contrario, me aseguró: “La Spagna è un grande paese. Brava Spagna!”. El punto de vista no solo crea el panorama, también lo exalta.
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Joana Bonet

Joana Bonet es periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento mensual Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Durante este tiempo ha colaborado también con medios escritos, radiofónicos y televisivos (de El País o Vogue París a Hoy por Hoy de la cadena SER y Julia en la onda de Onda Cero a El Club de TV3 o Humanos y Divinos de TVE) y publicado diversos ensayos, entre los que destacan Hombres, material sensible, Las metrosesenta, Generación paréntesis, Fabulosas y rebeldes y la biografía Chacón. La mujer que pudo gobernar. Desde 2006 tiene una columna de opinión en La Vanguardia. 

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