
Jesús Ferrero
Es un placer releer este libro en edición bilingüe, magníficamente editado y traducido, y que contiene cinco obras de Henry Michaux, tres de ellas fundamentales, a saber: La noche se agita, Lejano interior y Plume. La escritura de Michaux supone un revulsivo contra la literatura fácil y acomodaticia de nuestros días, y es una lástima que esté tan olvidado, habría que decir tan arrasado, por la literatura de consumo y la escritura-basura. Una situación que en nuestro país está adquiriendo niveles de una vulgaridad y una zafiedad alarmantes y contra la que nadie parece dispuesto a hacer nada.
Nacido en la antes muy sombría ciudad belga de Namur en 1899, Michaux pasó buena parte de su vida viajando por el mundo y por el interior de sí mismo, consciente de que todo viaje hacia fuera es un viaje hacia adentro y todo viaje hacia adentro es un viaje hacia fuera. En los años sesenta y setenta del siglo pasado alcanzó cierta notoriedad, incluso en España, debido a sus experiencias con las drogas más que a la deslumbrante riqueza de su escritura. A Huxley y a Jünger les pasó casi lo mismo.
Michaux fue un precursor, y tanto en La noche se agita como en Plume el lector hallará procedimientos que posteriormente van a aparecer en más de una novela existencialista y en el Nouveau roman, y que suponen un enfrentamiento radical a la literatura convencional de todas las épocas.
La historia de Plume empieza de la siguiente manera: “Al sacar las manos fuera de la cama, Plume se sorprendió de no encontrar paredes”. Podría ser una definición de la literatura de Michaux: una literatura sin paredes, ni exteriores ni interiores, una literatura abierta a las estepas del mundo y las estepas del alma, exhaustiva en su denuncia del dolor personal y colectivo, afincada en los vértices más puntiagudos de la conciencia, salvaje, culta, oscuramente redentora, claramente innovadora y siempre dispuesta a denunciar las omisiones y mentiras del humanismo clásico. “Uno nunca acaba de conquistar su propia humanidad”, dijo en una ocasión en contra de los que se llenan la boca con las presuntas excelencias del hombre y omiten sus abominaciones para aligerar la conciencia y digerir mejor lo indigerible: nuestro lejano interior.