Jesús Ferrero
Los autores y personajes que definen una tendencia y generan un adjetivo a partir de su nombre son los que más merecen el calificativo de míticos. Se trata de autores y personajes que no abundan en la literatura universal, si exceptuamos la antigua Grecia. Gracias a la civilización griega existen adjetivos tan definitivos como platónico, para definir las tendencias idealistas; aristotélico, para definir las tendencias racionalistas; pitagórico, para definir el idealismo conjugado con la exactitud y la mística; edípico, para definir los lazos demasiado estrechos entre padres e hijos; homérico, para definir lo épico y lo grandioso; y por supuesto sáfico, para hacer referencia a la homosexualidad femenina, vinculado a lésbico, adjetivo derivado del nombre de la isla que vio nacer a Safo.
Por diferentes razones, la figura de Safo se ha ido agrandando con el tiempo y tornándose vez más mítica y más legendaria, si bien los mitos y las leyendas no ayudan a dibujar la Safo real: la poetisa isleña que vivió entre el siglo VII y VI antes de Jesucristo y que se distinguió por elaborar una poesía muy cuidada, aristocrática y personal, en tiempos en lo que lo demasiado personal estaba casi prohibido en literatura. Safo nos habla de sus sentimientos desde una intimidad casi sofocante, y desde esa misma intimidad no oculta sus arrebatos y pasiones hacia otras mujeres, casi siempre jóvenes.
Respecto a su vida en sí, poco sabemos en realidad. Unos dicen que nació en Mitilene y otros que era oriunda de Ereso, la otra ciudad importante de Lesbos. Unos dicen que tuvo una hija, Cleis, y otros aseguran que Cleis era simplemente una de sus discípulas más queridas. Sí parece cierto que tuvo tres hermanos, ya que a dos de ellos los nombra en sus poemas, y que estuvo casada con un hombre rico, Cércilas, que bien por que así era su carácter, bien porque estaba casi siempre de viaje, dejaba que su mujer dispusiera de su vida con cierta libertad.
Unos dicen que tuvo una especie de academia, parecida a la de Platón, pero para mujeres, y otros que era simplemente la directora de su propio coro lírico, con el que amenizaba los banquetes de las damas de la aristocracia. Tanto Sócrates como el poeta Alceo, también oriundo de Lesbos, la alabaron y la definieron como una gran mujer y una gran artista, y algunos de sus poemas se hicieron célebres en toda Grecia y eran de lectura obligatoria en las escuelas de retórica como modelos supremos del arte lírico.
Su pasión hacia otras mujeres resulta bastante explícita en sus poemas, algo nada raro en Grecia, donde tanto la homosexualidad masculina como la femenina estaban bastante aceptadas, y muy especialmente en las islas donde, como decía el maestro Agustín García Calvo, se respiraban aires más benignos y afrodisíacos que en el continente.
En los últimos años, la figura de Safo ha vuelto a cobrar especial relieve por el descubrimiento de nuevos poemas. En el año 2004 el helenista Martin West unió dos fragmentos hasta entonces separados y guardados en instituciones diferentes y logró reconstruir un nuevo poema de Safo, y el año pasado dos nuevos poemas de la poetisa de Lesbos aparecieron en un papiro muy deteriorado. De modo que aún estamos descubriendo la obra de Safo, dos mil seiscientos años después de su muerte, que según la leyenda fue un suicidio: Safo se arrojó al mar desde un acantilado, herida por un amor contrariado.
También se suicidó otra Sapho (esta vez con ph): me refiero a la hija del gran novelista Lawrence Durrell, autor del Cuarteto de Alejandría. La hija de Durrell se quejaba del nombre que le había puesto su padre. “Es como si me condenara a ser lesbiana”, dijo Sapho Durrell más de una vez, pero se equivocó. Su padre no la condenó a ser lesbiana, pero sí que la condeno a mantener relaciones incestuosas durante dos años, antes de que la internasen en un manicomio. Durrell poseía a su hija cuando estaba borracho, y lo solía estar casi siempre. Sapho acabó quitándose la vida tras escribir un mensaje en el que prohibía que su padre fuese enterrado junto a ella. Prohibición que Durrell desoyó, indicando que quería pasar toda la eternidad junta a la hija de sus deseos y de cuya muerte era responsable. Durrell, el amante de los griegos, se creía un patriarca del periodo clásico, cuando los padres podían disponer soberanamente de sus hijas.
Desde hace tiempo esta nueva Sapho me interesa tanto como la antigua, porque me fascinan las simetrías del destino y los caprichos de la historia.