
Jesús Ferrero
Surgen periódicamente de las entrañas de América y lanzan mensaje sangrientos al mundo. Son los innombrables.
Suelen ir armados hasta los dientes y alguien les llenó la cabeza de odio racial. Probablemente sus padres, los mismos que les regalaron una pistola el día de su cumpleaños.
De la noche a la mañana se convierten en hijos monstruosos: superan a sus padres en todo, como quiere la ley natural. Son más fanáticos, más ansiosos, más devotos de las armas que sus padres, los que les hablaban de la superioridad de los blancos el día de Acción de Gracias.
Representan la banalización del mal que vemos en el cine y los videojuegos, pero en el seno de la realidad. Encarnan la verdad de la ficción y la ficción de la verdad.
Su película suele durar tan sólo unos minutos. Cuando concluye y se ven rodeados de cadáveres no despiertan, siguen en su ficción hermética de la que nunca se van a librar.
Parecen terroristas solitarios y quizá lo son, pero todas las herramientas de su locura se las da el sistema en el que crecen: intolerancia, ansiedad, narcisismo, delirios interpretativos, delirios de persecución, delirios de grandeza.