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22. Heidegger: el filósofo no del ente, sino del "entre"

Por 19 de junio de 2015 Sin comentarios

Vicente Luis Mora

 

"Quizá no precisamos

licores siderales

tanto como explorar el espacio del entre"

J. Riechmann, Poesía desabrigada

 

"la membrana

de la oscuridad que siempre se halla 

interpuesta

entre dos superficies al cerrarse."

Robert Bringhurst, Hachadura

 

"No hay que elegir entre lo que vemos (con su consecuencia excluyente en un discurso que lo fija, a saber la tautología) y lo que nos mira (con su influencia excluyente en el discurso que lo fija, a saber la creencia). Hay que inquietarse por el entre y sólo por él."

G. Didi Huberman[1]

 

Y ese "entre" es la "historia"

Arturo Leyte, Heidegger

 

La importancia de Heidegger, el libro de Arturo Leyte (Alianza, 2005) como introducción a la obra heideggeriana, que puede completarse con este artículo, no viene dada sólo por sus muchos valores, sino por su militancia. En este sentido hay que entender por militancia la depuración del estilo hasta unos límites desconocidos hasta ahora, actitud confrontada a la "capilla" de "oscuros" que hasta ahora sólo añadían esoterismo y oscuridades a la obra de Heidegger. Leyte se opone a la presunta inaccesibilidad de la obra del filósofo, favorecida por esa escolástica hermética, que creaba así un interesado círculo de iniciados en torno al autor de Ser y tiempo. Eso sí: el esfuerzo depurativo de Leyte queda lejos de cualquier reduccionismo, de cualquier falsificación y de cualquier restricción de rigor; su objetivo es demostrar que Heidegger es difícil, pero no complicado. Esto es, que su filosofía está constituida por una serie de elementos, perfectamente definibles, cuya exégesis es dura, pero no por un conglomerado confuso de planes o mapas metafísicos, por cuyos caminos de bosque es imposible orientarse. El resultado, este Heidegger, no es un libro, por tanto, enciclopédico ni historiográfico, sino un intento radical de clarificación, de llegar a la almendra del pensamiento del filósofo, mediante una preparación o presentación de la lectura, puesto que se deja muy claro desde el principio que la lectura de la obra de Heidegger es condición indispensable para entenderlo y apreciarlo. Como lector no especialista, además, agradezco (y creo que esto lo suscribirían muchos) la facilitación de la lectura a través de la supresión de la jerga habitual de los libros sobre Heidegger, donde aparece un nuevo idioma, el germañol, mezcla de expresiones españolas y alemanas, y continuas interferencias sobre los problemas de traducción, que vencen el ánimo del lector más voluntarioso. En algunos casos, con no poca ironía, llega a señalar Leyte que el no conocimiento del alemán puede incluso facilitar (p. 46) el acceso al auténtico sentido de ciertas expresiones, ya que la inevitable asociación con ciertas palabras alemanas en su sentido común desnaturaliza, en parte, el mensaje heideggeriano.

 

La estructura del libro de Leyte, dividida en tres partes, tiene dos objetivos, acumulativos: primero, ordenar, que no sistematizar, cronológicamente, el pensamiento de Heidegger y, con ello, desestimar o desactivar la tradicional y errónea clasificación en "dos" Heidegger, dos tramos diferentes de pensamiento separados por una Kehre o giro brutal de su filosofar. No es este el único malentendido que Leyte se propone despejar; también intenta desmantelar la idea, comúnmente extendida, de Heidegger como "el gran filósofo del ser". A su juicio, la originalidad e importancia del filósofo de Messkirch (Baden) viene de plantear una gigantesca contratesis sobre el ser. Esa contratesis consistiría en que, a diferencia de la idea tradicional, por la cual la Filosofía intentaba siempre exponer la cuestión del Ser desde una "exposición predicativa", intentando especificar las propiedades, predicados y atribuciones del ser. Heidegger considera que lo esencial sería, más bien, incidir en que el ser es  (en 2007 publica Leyte un artículo sobre este asunto, llamado precisamente "El paso imposible del sujeto al predicado"). Para Heidegger, los grandes filósofos (en concreto, Parménides, Aristóteles, Platón, Kant), lo que habían dicho es algo negativo, desmontando la incongruencia de toda exposición, el fracaso del decir. Heidegger, según Leyte, reiteraría la certidumbre de ese fracaso, pero haciéndolo expreso: como diciendo "vamos a partir de algo de lo que se pueda hablar" (la cuestión del Ser en relación del hombre, vgr.), y en ese punto de partida (que es para Heidegger el Dasein) demostrara que, en realidad, lo que se revela es que ese lugar, ese punto de partida, no es tal lugar, ni ese ente es tal ente, y que el Dasein no puede identificarse con el hombre o con un hombre concreto, sino más bien es un no-lugar (no en el sentido de Augé, desde luego, sino como algo que es contrario a la idea de lugar, a la posibilidad de lugar), algo identificable con una intercesión, con una escisión, con una fisura, con una grieta. Hay algo que está ahí, y en el momento en que queremos decir algo, pronunciarlo, estamos -constitutivamente- fracasando. Ahí permanece la pregunta, pero se queda como Nada y, por ser nada, no puede ser un lugar, sino un entre[2]. Conclusión, si he entendido bien a Leyte: el Dasein no es radicalmente distinto del Sein, porque ni el Sein es totalmente abstracto, ni el Dasein es en puridad concreto o concretable: "tal vez no haya una distancia tan fuerte entre Da y ser o incluso puede que los dos términos no dejen de referirse a lo mismo" (p. 45). Y esa grieta o esa Nada es precisamente la Metafísica, puesto que ésta, si es algo, es permanente ambigüedad, esa relativa diferencia ínsita del ser.

 

Para ello, insiste Leyte varias veces a lo largo del libro, lo importante es darse cuenta de que Heidegger reproduce en su pensar la historia misma de la filosofía y que su observación de la Metafísica, su "ontología trascendental" es una larga y sostenida mirada atrás, reconstruyendo el camino de su fundación (epistemológica) con Aristóteles, su desarrollo y su muerte "a manos" de Nietzsche. De este modo Leyte nos presenta un Heidegger que, como el ángel de la Historia de Benjamin, camina de espaldas, en dirección a esa "idea de futuro" que presidía su obra, pero mirando atentamente el camino recorrido por sus predecesores, que era, a su vez, el que deseaba transitar en su "trayecto".

 

De ahí que, en un proceso lógico y que no supone ningún giro ni esotérica Kehre, acabe llegando Heidegger al arte. En el razonamiento de Leyte, el arte sería la posibilidad de revelar o interpretar esa nada, esa interferencia, ese entre de la cosa, algo perfectamente compatible con la idea de Mundo no como concepto que une una cosa y otra cosa y otra cosa, sino "entendido como esa y que une y separa, como esa diferencia que no cabe en ningún concepto" (p. 18; dos años más tarde escribirá Leyte en un artículo que "la filosofía, la hermenéutica, siempre tuvo que ver con este suspenderse, con este quedarse en medio, entre"[3]). La diferencia interna de una cosa como cosa es lo que revela el arte, según Heidegger. La metafísica dice lo que no vemos de la cosa, sin lo cual no se entiende, porque sin ello no tendría siquiera apariencia. Aquí se enlaza con la concepción de lo "no pensado", esencial en Ser y tiempo, a juicio de Leyte. El arte como metafísica revela que a la cosa le es inherente su aparición, pero también, e inherentemente, su no aparición. Así, en Heidegger "el arte no constituye una ontología regional o particular, aquella que trate de determinados fenómenos, sino el ámbito mismo donde tiene sentido plantearse originalmente la cuestión de la cosa (…) el más  que acompaña a la obra de arte [frente al resto de cosas] es justamente esa nada no detectable (…) vinculada al ser" (p. 263). En última instancia, el concepto clave de la filosofía heideggeriana, la Finitud, sería la diferencia interna de la cosa entre su aparecer y lo inherente no visible. Como resume Leyte, ni el arte, ni los griegos, ni la poesía de Hölderlin, son "temas" del pensar, sino que "por filosofía sólo cabe entender entonces una meditación no sólo sobre ellas -y esto es cuestión fundamental-, sino a partir de ellas" (p. 16).

 

De esta manera, vemos que el pensamiento de Heidegger, como expone con brillantez Leyte, no es un conjunto de ideas sobre el Ser, ni un tratado de lecturas ontológicas, sino un "trayecto" que explora su propia búsqueda, y que tiene un sentido (ese sentido) desde el principio al final. Que Ser y tiempo quedase inconcluso como Libro no quiere decir que sea incompleto como "proyecto", pues ese proyecto de pensamiento siguió adelante, y la prueba más evidente, a juicio de Leyte, es el modo en que el filósofo retomó en la Carta sobre el humanismo los conceptos esenciales (la existencia, entre otros) de Ser y tiempo. El proyecto surge, precisamente, con el reconocimiento, tras el fracaso de la escritura de Ser y tiempo, de dar forma al Dasein. De modo que, según la brillante apertura de la obra de Leyte, "la idea general que rige este libro es que no hay una filosofía de Heidegger que quepa articular en un conjunto de tesis. En definitiva, que no hay tesis, de lo que deriva la imposibilidad de presentar determinados contenidos como una doctrina" (p. 9). Y que un Heidegger "orgánico" es tan peligroso y falso como un "Heidegger reducido a frases" (p. 11), algo muy en boga en cierta hermenéutica, cierta filosofía reciente, y no digamos en cierta crítica literaria y ciertos escritos de estética contemporánea, que intentan, mediante la irrupción extemporánea de citas de Heidegger, adquirir una pátina de brillantez y profundidad intelectual. Algo de eso aparece citado en la página 41, como parte del "malentendido Heidegger", pero no se imagina hasta qué punto esa tesis palabrista se ha extendido, como un tumor, por la crítica literaria y hermenéutica más reciente. Pero lo mejor es dejarle la palabra al autor, y que su preparación a la lectura de Heidegger nos ilumine por sí misma.


[1] Georges Didi-Huberman, Lo que vemos, lo que nos mira; Manantial, Buenos Aires, 2011, p. 47.

[2] "Entre las cosas no designa una relación localizable que va de la una a la otra y recíprocamente, sino una dirección perpendibular, un movimiento transversal que arrastra a la una y a la otra, arroyo sin principio ni fin que socava las dos orillas y adquiere velocidad en el medio"; Deleuze y Guattari, Rizoma. Introducción; op. cit., p. 57.

[3] Arturo Leyte, "El paso imposible del sujeto al predicado" (2007), El paso imposible; Plaza & Valdés, Madrid, 2013, p. 52.

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Vicente Luis Mora

Vicente Luis Mora (Córdoba, España, 1970), es Doctor en Literatura Española Contemporánea y licenciado en Derecho. Ha trabajado como gestor cultural y profesor universitario. Estudioso de las relaciones entre literatura, imagen y tecnología, hasta el momento ha publicado la novela Alba Cromm (Seix Barral, 2010), el libro de relatos Subterráneos (DVD, 2006), y la novela en marcha Circular 07. Las afueras (Berenice, 2007). También ha publicado Quimera 322 (2010), inclasificable proyecto sobre la falsificación literaria desde la teoría y la práctica, a través de 22 seudónimos, que apareció como nº 322 de la revista Quimera. Como poeta, cuenta con los poemarios Texto refundido de la ley del sueño (Córdoba, 1999), Mester de cibervía (Pre-Textos, 2000), Nova (Pre-Textos, 2003), Autobiografía. Novela de terror (Universidad de Sevilla, 2003), Construcción (Pre-Textos, 2005) y Tiempo (Pre-Textos, 2009). Ha publicado los ensayos Singularidades. Ética y poética de la literatura española actual (Bartleby, 2006), Pangea. Internet, blogs y comunicación en un mundo nuevo (Fundación José Manuel Lara, 2006); La luz nueva. Singularidades de la narrativa española actual (Berenice, 2007) y El lectoespectador. Deslizamientos entre narrativa e imagen (Seix Barral, 2012). La parte de narrativa de su tesis doctoral, galardonada con premio extraordinario de Doctorado, aparecerá próximamente en la Universidad de Valladolid en una versión breve y actualizada bajo el título de La literatura egódica. El sujeto narrativo a través del espejo.  Ejerce la crítica literaria y cultural en su blog Diario de Lecturas (I Premio Revista de Letras al Mejor Blog Nacional de Crítica Literaria), y en revistas como Ínsula, Quimera, Clarín o Mercurio. Ha recibido los premios Andalucía Joven de Narrativa, Arcipreste de Hita de Poesía, y el I Premio Málaga de Ensayo por su libro Pasadizos. Espacios simbólicos entre arte y literatura (Páginas de Espuma, 2008).   Copyright de la foto: Racso Morejón

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