
Jesús Ferrero
La experiencia de la vida me ha ido indicando que las personas que se permiten periódicamente pequeños ataques de ira son menos peligrosas que las que nunca se conceden ni la más mínima salida de tono.
La ira es una emoción narcótica, que exalta negativamente, y que negativamente emborracha. Si te la vas tomando en pequeñas dosis no pasa nada. Conoces esa droga y en cierto modo la controlas; pero si no estás habituado a ella y un día te cae encima, entras en una especie de locura ciega de la que te cuesta salir.
Me ha tocado asistir a ataques de ira de personas que prácticamente nunca recurrían a la cólera y era todo un problema librarlos de esa situación, pues llegaban a límites a los que nunca llegarían los que se permiten cabreos esporádicos y más o menos vistosos.
Lo mismo se podría decir de otras pasiones del cuerpo y del alma. Los que no las conocen y sucumben de pronto a ellas no saben cómo escapar de ese fuego abrasador.
Por eso temo a los impecables, porque sé que se pueden convertir en implacables cuando cruzan la frontera.
Refiriéndonos al piloto que estrelló el avión en los Alpes, me inquieta toda esa gente que, como siempre en estas tragedias, empieza a decir que era un chico excelente, amable, que nunca se metía con nadie, que saludaba a todo el mundo…. También el doctor Jekyll parecía un hombre muy tratable hasta que se convertió en Hyde.
Hoy mismo, la novia del copiloto ha revelado al periódico Bild que Andreas Lubitz le dijo en una ocasión: “Algún día haré algo que cambiará todo el sistema y todo el mundo conocerá mi nombre”. (Wird jeder meinen Namen kennen). De modo que la cosa venía de lejos. Con otras palabras, el copiloto le estaba diciendo a su novia: “Ahora soy Jekyll, pero un día seré Hyde y os vais a enterar”.