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La ley de la narratividad

Por 8 de febrero de 2016 diciembre 23rd, 2020 Sin comentarios

Jesús Ferrero

Cuando pasa por una buena época, el arrogante vive saturado de sí mismo en la plenitud de su yo, y está totalmente convencido de que eso va a durar. El presente es el tiempo de la arrogancia, y el presente es la eternidad, pero cuidado, es una eternidad muy breve.

Si examinas un poco el sistema moral de los arrogantes, puede que te encuentres con el vacío.

Cuando les oyes hablar, enseguida percibes que se creen especiales. Representan el idiota clásico: el adorador de su presunta peculiaridad, la mayoría de las veces insignificante. Los arrogantes a los que me refiero, que ante todo son idiotas, tienen en muy alta estima su supuesta particularidad.

No piensan en lo que dicen porque los guía la vanidad, pésima consejera. A tal punto no piensan en lo que dicen que ni siquiera cuando rebobinan lo que han dicho caen en la cuenta de que se han pegado un tiro en la pierna.

La arrogancia es coja y ciega. A lo largo de la vida he visto cómo muchos arrogantes se quedaron en la cuneta. Algunos no, porque fueron buenos estrategas y supieron ocultar su arrogancia bajo un manto de humildad. Una humildad podrida e instrumentalizada, diría alguien, la humildad del “bienqueda”: la diplomacia. Sí, de acuerdo, pero la diplomacia es ya una domesticación de la arrogancia.

Resulta grotesco pertenecer a un país empeñado en representar, una y otra vez en la historia, el grado cero de la diplomacia, dejando el campo abierto y abonado para el desarrollo de toda clase de arrogancias, algunas de ellas monstruosas. Resulta desmoralizador.

Desmoralizador y a la vez sorprendente, porque mientras los políticos exhiben actitudes arrogantes, el país sigue funcionando tranquilamente. El vacío de poder no lo detiene. Funciona automáticamente, como en realidad ocurre con todo sistema, a pesar de los pesares y sobre todo a pesar de los arrogantes.

Los vacíos de poder sirven para pensar en la inutilidad del poder, sirven para pensar en la inutilidad de la arrogancia, sirven para pensar en la estupidez

Los vacíos de poder son por eso mismo beneficiosos para la filosofía, esa disciplina tan denostada y cada vez más relegada a los suburbios del saber, y son beneficiosos para el ejercicio de la diplomacia y la humildad. En un sentido más perverso y a la vez más honesto podría decirse que son beneficiosos para el ejercicio de la ironía.

Sean más irónicos los unos con los otros, sean más sabios, señores de la guerra. Nadie les pide en este teatro que salgan a escena con puñales o que se rasguen las vestiduras hasta cuando no viene a cuento. Saben perfectamente que están en un teatro, en plena sociedad del espectáculo, y que la obra tiene que avanzar y no puede quedarse en un punto muerto. Sigan la ley de la narratividad. 

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Jesús Ferrero

Jesús Ferrero nació en 1952 y se licenció en Historia por la Escuela de Estudios Superiores de París. Ha escrito novelas como Bélver Yin (Premio Ciudad de Barcelona), Opium, El efecto Doppler (Premio Internacional de Novela), El último banquete (Premio Azorín), Las trece rosas, Ángeles del abismo, El beso de la sirena negra, La noche se llama Olalla, El hijo de Brian Jones (Premio Fernando Quiñones), Doctor Zibelius (Premio Ciudad de Logroño), Nieve y neón, Radical blonde (Premio Juan March de no novela corta), y Las abismales (Premio café Gijón). También es el autor de los poemarios Río Amarillo y Las noches rojas (Premio Internacional de Poesía Barcarola), y de los ensayos Las experiencias del deseo. Eros y misos (Premio Anagrama) y La posesión de la vida, de reciente aparición. Es asimismo guionista de cine en español y en francés, y firmó con Pedro Almodóvar el guión de Matador. Colabora habitualmente en el periódico El País, en Claves de Razón Práctica y en National Geographic. Su obra ha sido traducida a quince idiomas, incluido el chino.

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